Janne había trazado una frontera radical entre sus dos vidas, como llamaba al área laboral y a la privada. Antes, cuando yo todavía iba al kínder, ellas solo pasaba medio día en el consultorio, todo el trabajo escrito se le traía a casa; pero ahora todo, salvo los casos urgentes, lo hacía en Eimsbüttel, que era la parte de la ciudad donde atendía. En bicicleta estaba como a media hora de nuestro domicilio, y el viernes de verano, cuando concluía mi quinta clase, a menudo recogía a Janne para pasar con ella el descanso de mediodía.
Al igual que Ottensen, Eimsbüttel parecía un pueblo en medio de la ciudad, todo lo que se necesitaba para vivir se encontraba aquí, agrupado en un angosto espacio: librerías, tiendas, farmacias, pescaderías, comercios turcos de frutas y verduras, heladerías y todo tipo de restaurantes se mezclaban entre bellos edificios antiguos. Janne tenía tres lugares favoritos que frecuentábamos alternativamente: el vespers, donde preparaban la mejor ensalada César; el Esszimmer (comedor), restaurantede exquisiteces que cada día ofrecía una comida corrida diferente; y el Nico, pequeño y manejado por una familia italiana que cocinaba unos platos de pastas suculentos.
Cuando hacia sol, nos sentamos afuera, en largas mesas plegables, y luego nos dedicábamos a pasear por el barrio y a hacer las compras. Cada par de metros la saludaba alguien, y el personal de los restaurantes la llamaba por su nombre.
A Janne le encantaba mostrarme las tiendas y demás casas del lugar que le gustaban.
Me llevaba de compras cuando veía algo que creía que me quedaría bien (en lo que atinaba la mayoría de veces), y cuando me presentaba a alguien había una nota de orgullo en el tono de su voz.
En el único lugar que no nos deteníamos era en su consultorio. Este se encontraba en el Eppendorder Weg, entre el restaurante italiano y el exquisiteces, en un bellos edificio antiguo con fachada amarrilla claro y coloridas flores en la ventanas; pero siempre que llegaba a recoger a Janne me sentía como rechazada. Me parecía como si quisiera sacarme de allí lo más pronto posible.
Antes eso me fastidiaba.
—¿Por qué haces esto? —le había preguntado a mi madre—. ¿Tienes miedo de que me tope con algún loco?
—No realmente —me respondió en aquella ocasión—. Simplemente no quiero que te relaciones con todo lo de aquí. Dentro de estas parees hay mucho dolor, aun cuando a ti quizá te suena cómico.
Eso fue todo. La actitud de Janne me pareció bastante retorcida, pero al final me conformé.
Cuando la mañana del jueves me salté clases y recogí la llave de repuesto del consultorio de Janne guardaba en el secreter de Moma, mi madre todavía estaba en casa, tenía una cita con el médico a las nueve y media, y Spatz quería llevarla. Por tanto, yo contaría con apenas dos horas antes de que ella se encaminara al Eppendofer Weg, si es que iba a presentarse hoy a dar consulta.
Eran las ocho y cuarto. Una mañana fría de apenas 5°C, pero había salido el sol. El cielo era de un azul claro. El camino estaba sembrado de brillosas castañas. Un grupo de niños de Kínder, tomados de la mano y acompañados de dos educadores, pasaron junto a mí. Una niñita, de cara redonda y gruesas trenzas negras, gritó cuando le cayó una castaña en la cabeza.
—Annalena llora —dijo el chiquillo que iba junto a ella, y de inmediato acudió una de las educadoras a consolar a la pequeña.
Al abrir la puerta de la casa, me temblaban tanto los dedos que me costó meter la llave en la cerradura. El consultorio estaba en el primer piso Los escalones crujieron mientras subía. A mitad de la escalera venía bajando una mujer de edad. Me sonrió y yo me apresuré a subir al segundo piso, pues no quería que me relacionara con Janne. Cuando me pareció que la mujer había salido del edificio volví a bajar.
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Lucian (TERMINADA)
Teen FictionUna joven se enamora de un hombre que parece ser un vagabundo, y están unidos por algo: él es su ángel guardián, pero no recuerda nada porque padece amnesia. Lo único que sabe es que cada sueño que Lucian tiene sobre Rebecca, se hace realidad...