Capitulo 3 3/3

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Salté a un lado porque un joven me empujó. Llevaba un gigantesco tigre de porcelana sobre los hombros, mientras que su acompañante (una rubia con un abrigo de tigre), agitada, caminaba a saltitos detrás de él.   

  —¿Oyes, Robert? No te vayas a caer, no sea que... 

Divertido, el joven siguió a ambos con la mirada.

—Si no me equivoco, este es un lugar público —se dirigió de nuevo a mí y añadió con ironía, en voz baja—: podría preguntar lo mismo: "¿me persigues?" 

  Sus ojos me observaban, indagadores. 

—¡Estás loco! —furiosa, lo fulminé con la mirada—. ¡Claro que no! ¿Quién diablos eres? 

Se pasó los dedos por el negro pelo. De pronto pareció inseguro. El rostro se le transformó en una expresión débil y lesionada, como si detrás de su fachada se hubiera abierto una diminuta grieta. Pero no se había abierto; yo la había abierto.  

  —Ahora dime —le presioné—, ¿cómo te llamas? 

El joven negó con la cabeza. 

Dímelo tú. 

—¡¿Qué?! —retrocedí un paso—. ¿Cómo me llamo? 

—No, yo. 

Se me detuvo el corazón. 

—¿Te falta un tornillo? 

La vendedora de la mesa donde nosotros seguíamos se inclinó hacia mí, preocupada, y me preguntó si me sentía bien. Asentí y entonces ambos dimos un paso hacia atrás, perfectamente coordinados, como si hubiéramos estudiado un coreografía. Otra vez el joven me observó de aquella forma perturbadora. De algún modo tuve la sensación de que buscaba algo. Algo sobre o junto a mí. No sabría explicarlo. 

—Olvídalo. No lo dije en serio —expresó. 

¿Estaba este tipo en sus cabales? ¿Drogas? ¿O acaso era yo la trastornada? 

La mirada del joven recorrió mi cuerpo de la cabeza a los pies. Sus oscuras cejas se juntaron. Parecía asombrado; lo que es más: asustado. 

¿Qué estaba mirando ahora? ¿Tendría yo alguna erupción? Su siguiente pregunta me desconcertó totalmente. 

Carpe diem? —sonó a pregunta. Extendió la mano como si quisiera tomar algo de mi cuello. Noté cómo sus dedos rozaban la tela de mi camisa, muy suavemente. En realidad no era un contacto, aunque lo sentí así. Me eché para atrás.      

—¿Qué? —instintivamente agarré el dije que colgaba de mi cuello en una cadena de plata. Era un sol, del tamaño de una moneda de dos euros. Mi papá me había regalado la cadena cuando tenía seis años, el primer día de clases. Esas palabras estaban grabadas en la parte posterior del sol. 

Seize the day —murmuró el joven—. Aprovecha el día. Eso es lo que significa, ¿no? 

De golpe, sentí la boca seca. Sí, eso significaba, y en todo este tiempo la frase se había empleado miles de veces a diestra y siniestra como eslogan publicitario. Pero, para mi padre y para mí, esas palabras tenían desde hacía mucho un significado especial, y el modo como el joven las expresó no sonaba a que las hubiera tomado de alguna revista lujosa. 

Se quedó mirando el sol que colgaba de mi cuello como si quisiera atravesarlo quemándolo. 

Envolví el colgante con la mano. 

—¿Qué quieres de mí? —susurré.      

El joven pestañeó varias veces seguidas y por primera vez bajó la mirada.Se mordió el labio inferior, como no sabiendo si dejar salir las palabras que tenía sobre la lengua. 

Lucian (TERMINADA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora