Tuve arresto domiciliario por primera vez en mi vida. Nunca había visto a mi madre tan fuera de sus casillas y nunca me había pegado. Odiaba la violencia y no creía en los castigos. Por lo demás, rara vez tenía motivo para quejarse de mí. Yo, para ella, era como su doble: no me drogaba, no me emborrachaba hasta perder el sentido en las fiestas y, cuando se me hacía muy tarde por la noche (lo que ocurría rara vez), llamaba a casa. Cuando tenía algún apuro que no podía solucionar sola (lo que también rara vez ocurría), ella estaba a mi lado. Hasta ayer.
Ok, me había ausentado hasta muy tarde; había desaparecido de la fiesta sin decir palabra, en medio de la noche, por una orilla del Elba abandonada de la mano de Dios. Además, todos habían estado buscándome. Mi lista de llamadas estaba llena: Suse, Sebastián, Janne; todos ellos intentaron hablarme múltiples veces. Al parecer yo había caído en una zona sin cobertura y la ansiedad los traía medio locos. Justo hacía un par de días que un asesino serial logró acaparar los titulares de los periódicos, y la semana anterior, en un espacio boscoso de Elmshorn, encontraron el cadáver de una chica.
A mí pudo haberme pasado algo así; ¡esto lo entiendo y lo siento!, pero ¿tenía Janne que llevarme como a una delincuente?
En el coche me preguntó de nuevo qué diablos había estado haciendo; si su tono de voz no hubiera sido tan increíblemente fuerte, quizá le habría contado la verdad. En cambio, no hice más que repetir lo de mi paseo, con lo que ella apretó los labios y clavó los dedos en el volante. Ya en casa, me prohibió salir.
Todos los días, hasta finales de octubre, regresaría directamente a casa después de la escuela, sin excusa. Nada de fiestas, ni de salir de compras con Suse, y hasta la natación me fue cancelada. Si no hubiera estado tan desconcertada quizá me habría reído en su cara. Era una locura: mi abierta y súper comprensiva madre psicóloga se comportaba como todos los padres contra los que tanto habíamos despotricando juntas. Lo peor de todo eso era que esta vez yo sí tenía un problema que iba creciendo en mi cabeza. Mas, en ese momento, Janne era la última en la que habría confiado. En este plan, si para ella Suse era una histérica, a Lucian lo consideraría, sin más, como un psicópata.
Telefoneé a Suse y a Sebastián y les eché la misma mentira que a Janne. Desde luego, no me creyeron ni una palabra. Suse me acribilló con preguntas, y la reacción de Janne le pareció tan exagerada como a mí, mientras que Sebastián se mantuvo frío y no hizo ningún aspaviento.
El domingo me atrincheré en mi alcoba y pasé el tiempo viendo en internet las gacetillas de los periódicos sobre las personas desaparecidas: en el Bosque Oeste, una niña salió de la escuela pero no llegó a su casa; una joven buscaba a su enamorado, un muchacho de quince, pelirrojo, robusto, que fue sacado de su casa. Y esto era solo el comienzo, la web bullía de anuncios de parientes angustiados. En cualquier país las personas desaparecían; muchos de los boletines eran nuevos y otros viejos. Mas no encontré ninguno que tuviera algún parecido con Lucian. Al cabo de dos horas desistí, desanimada, y me tiré en la cama. No me iba adormir ni tampoco tenía hambre; en vez de eso, mis pensamientos giraban siempre en torno a él. Lucian.
Nunca nada me había agotado e intranquilizado tanto a la vez. Para distraerme, me sumí en el libro de mi bisabuelo. Aunque parezca increíble, fue lo más acertado que podía haber hecho. Primero hojeé las críticas del apéndice. Su tono era inteligente, agudo y entretenido, y su mordacidad era indirecta y bastante sutil, de manera que provocaba la risa de sus lectores. Comprendí por qué había llegado tan lejos como periodista. Cabe sospechar que aquellos a quienes mi bisabuelo despedazaba encarnizadamente lo habían visto de otra manera; describía su propia vida con la misma falta de piedad.
Willian Alec Reed había sido hijo único. Su padre, cirujano, dirigía una clínica. Cuando mi bisabuelo cumplió tres a los, su madre murió en brazos de su padre como consecuencia de una operación desafortunada. Esto lo comentaría mi bisabuelo diciendo que en los hombres de su familia no había residido el don del trabajo manual y que en adelante el Sastrecillo Valiente, como lo apodaba su padre, se dedicaría a ejercer el arte de al bebida.
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Lucian (TERMINADA)
Teen FictionUna joven se enamora de un hombre que parece ser un vagabundo, y están unidos por algo: él es su ángel guardián, pero no recuerda nada porque padece amnesia. Lo único que sabe es que cada sueño que Lucian tiene sobre Rebecca, se hace realidad...