Janne era la chef en nuestra familia, y cuando sentía estrés en el trabajo, salían a relucir sus dotes de cocinera. Cuando los colegas de Janne —que también habían hecho amistad con Spatz— venían a la casa, esta les insistía cada vez en que transfirieran a mi madre los casos especialmente difíciles. Yo siempre protestaba, decidida.
Spatz, por más que comiera, no engordaba un gramo. Pero para mí, un paciente especialmente desquiciado de Janne significaba un agujero más en el cinturón.
¿A qué iba a enfrentarme hoy? Sobre la larga mesa de centro, junto al sofá, se encontraban distribuidas más o menos dos docenas de platitos llenos. En la jaula, Jim Bob y Jhon Boy peleaban su lugar de honor en la fresca rama de mijo. Sobre el televisor reinaba el siempre insaciable Antón, y en la pantalla Dash anunciaba a sus cómplices: "Estamos metidos en la mierda, y si no nos ponemos listos para desviarnos a Mónaco, la comeremos a dos carrillos!".
—¡El culo! —espetó Spatz al unísono con Dash.
Estábamos viendo la película por segunda vez en este año y Spatz tenía, además de los chistes más pícaros, una memoria fenomenal. Quizás se debía a su doble profesión: en el teatro trabajaba de apuntadora. Estaba sentada con las piernas cruzadas junto a mí sobre el amplio sofá de nuestro desván. Llevaba una semana haciendo a ganchillo el primer objeto de su nueva serie Spongia beatífica (esponja de la felicidad, una planta), pero todavía no era posible entrever cómo se entrelazarían los cambiantes hilos de oro; no obstante, Spatz estaba muy entusiasmada acerca de armar su primera exposición con esta serie. El ovillo estaba sobre mi regazo y me esforzaba por no llenarlo de migajas.
Janne estaba sentada justo frente a mí, y mientras Spatz seguía apenas con el oído lo que ocurría en la pantalla, mi madre no estaba prestando atención. Al igual que yo, parecía que tenía dificultad para concentrarse en la película.
Se comió su ensalada de cuscús, que había amontonado sobre el plato, se estiró y se levantó.
—Ladies, ¿no se enojan conmigo si las dejo solas el resto de la película? Mañana tengo que levantarme temprano.
Spatz apartó la vista de su tejido.
—¿Todo bien? —preguntó preocupada, y Janne asintió.
—Todo perfecto; solo necesito unas horas de sueño. Buenas noches a las dos. Buenas noches, John Boy. Buenas noches, Jim Bob.
Lanzó un beso alrededor y caminó hacia la escalera de caracol.
—¿Van a recoger la vajilla? —oímos que decía mientras bajaba.
—¿Tendrá un caso difícil? —le pregunté a Spatz, sin quitar la vista de la pantalla.
—No que yo sepa —me contestó.
Spatz era la única persona a la que Janne, de darse el caso, le confiaba como iba su trabajo. Mi madre era una defensora del secreto profesional. Por lo que a mí respecta, jamás me habría confiado una palabra acerca de los problemas de sus pacientes.
Pero, naturalmente, yo imaginaba todo lo que Janne tenía que escuchar en su imagen, y con ello no me refiero a personas como nuestra vecina, la señora Dunkhorst, cuyas consultas con Janne al parecer solo servían para darle a sus numerosos síntomas nombres de todo tipo de enfermedades, sino que entre los pacientes de Janne estaban mujeres que habían sido violadas o maltratadas en su infancia, así como hombres que no podía controlar sus instintos violentos.
Para Janne, los responsables de los hechos también eran víctimas. Dos años atrás escuché alguna vez cuando ella hablaba por su celular de urgencias con un hombre que tenía fantasías de violencia. No sabía decir que era más fuerte, si la repugnancia de que mi madre conversara de manera tan comprensiva con aquel tipo enfermo o mi admiración por ella. A menudo me preguntaba: ¿cómo lo soporta?
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Lucian (TERMINADA)
Ficção AdolescenteUna joven se enamora de un hombre que parece ser un vagabundo, y están unidos por algo: él es su ángel guardián, pero no recuerda nada porque padece amnesia. Lo único que sabe es que cada sueño que Lucian tiene sobre Rebecca, se hace realidad...