Capitulo 31 1/3

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En la casa me esperaba mi padre. Estaba sentado en la sala leyendo el periódico, mientras en el televisor había un reportaje sobre Barack Obama. Al parecer, Michelle y Val todavía dormían.

—¿Te la pasaste bien? —me preguntó mi padre—. ¿Qué tal estuvieron los caballeros pobres?

Me miró con tal interés que de momento no capté a qué se refería. Finalmente, murmuré que sabían rico y me sentía cansada.

Eran las diez y media. Pasaron las once y media, las doce y media. La una y media. A las dos en punto seguía yendo de un lado para otro dentro de mi cuarto, devanándome los sesos: no se me iba de la mente la idea de que Lucian andaba en mi busca. Era la única tabla de salvación a la que podía asirme en un mar de posibilidades. ¿Qué ocurriría si realmente estuviera aquí y tratara de buscarme?

Pero, ¿dónde? Suspiré profundamente.

No había de dónde asirse; nunca le dije en qué ciudad vivía mi padre ni conocía la dirección. Tampoco sabía ni el nombre ni el apellido de mi padre. Él no se apellidaba Wolff, como Janne y yo, sino Reed.

Y no era probable que Lucian pidiera la dirección de mi padre. No podía adivinar que su generoso anfitrión en Hamburgo me conocía, y apenas si podía saber que Suse estaba de mi lado, además de que ella me comunicó por correo que no había encontrado a Lucian, y Janne sería la última a la que hubiera buscado después de aquella noche. Todo eso lo tenía muy claro.

Febrilmente buscaba en mi cerebro indicios ulteriores: ¿qué sabía él de mí?, ¿le había mencionado algún nombre que le pudiera ayudar? No se me ocurría ninguno... ¿o sí? Le había mencionado a Michelle. En un impulso de euforia, escribí el nombre de Michelle en Google. El número de resultados era un puñetazo en plena cara: 22O millones para Michelle, y los resultados más destacables se referían a la esposa de Barack Obama.

"¡Mierda! ¡Rebecca, piensa!" ¿Le había mencionado la profesión de mi padre? No. ¿La profesión de Michelle? Desde luego que no. Apagué la computadora y comencé a moverme por mi cuarto de nuevo: cama, escritorio, ventana, puerta, cama, escritorio, ventana, puerta, vestidor. Recorrí las estanterías, abrí gavetas; como si la respuesta a mi pregunta la hubiera escondido entre calcetines y calzones. Por fin miré mi maleta. ¡Carajo! Golpeé la pared con el puño. Tenía la sensación de que estaba pasando algo por alto, algo me carcomía. ¡Tenía que acordarme! Pero, ¿de qué?

De repente tuve un atisbo de lo que podía hacer Lucian. Todo lo que él había tenido, todo lo que posiblemente tendría aún eran los retazos de sus sueños.

Me quedé quieta. ¡Eso era! Corrí hacia el cajón de mi mesita de noche y saqué el dibujo que me había hecho Faye en Venice Beach. El sueño de Lucian acerca de una playa. Seguramente sospecharía que Janne me había enviado a California con mi padre. Era muy probable. Y, por lo mismo, me buscaría por las playas de aquí. Lo mismo que habría hecho yo.

Fui al teléfono, llamé al celular de Faye y estuve dándole vueltas a lo tontas que habíamos sido, hasta que ella interrumpió mis pensamientos con voz adormilada.

—Tan solo la ciudad de Los Ángeles tiene más de cien kilómetros de playa —me contestó luego de que le describí una y otra vez los detalles del sueño de Lucian—, para no hablar del resto del estado de California. En todas las playas hay multitudes de gente. En todas partes hay gente que juega voleibol o surfea. Aun si Lucian trata de encontrarte en la playa, sería como buscar una aguja en un pajar.

—Pero Tyger tuvo a Lucian en Hamburgo...

—En Hamburgo fue donde lucian se convirtió en ser humano —me interrumpió Faye—. Tuvo que haber ocurrido cerca de donde vives. No fue nada complicado que tú lo hubieras sentido. Lo mismo que con Morton y Ambrose.

—Precisamente —grité—. Pero, ¡entonces también puede ocurrir aquí! ¿Por qué no da conmigo?

—Porqué Lucian ha roto el lazo que los unía a los dos. Por eso buscó el modo de que tú fueras enviada al otro extremo del mundo. Aquí solo te encontrará por pura suerte. A menos que recuerdes algo más que hayas podido contarle.

No recordé nada. En mi desesperación, convencí a Faye para que nos viéramos la tarde del sábado para tentar a la casualidad y, a pesar de todo, recorrer las playas, para poder sentir que por lo menos estaba haciendo algo.

Primero buscamos por la playa de Santa Mónica, donde se reúnen familias con niños pequeños en el parque de atracciones. De allí nos fuimos en patines y bicicleta hacia la playa de Malibú, el paraíso de los surfistas donde hay lujosas casas junto a la playa, en las que pasan sus fines de semana los ricos y la "gente bonita".

—¿Cómo es que ves tú —le pregunté a Faye cuando nos cruzamos con una chica de mi edad que llevaba unos diminutos hot pants y caminaba por la playa sumida en sus pensamientos— que alguien tiene un acompañante?

—Es como el cuadro de Val —repuso—. Solo vislumbro como una sombra. Muchas personas afirman que pueden ver el aura de otros. En el fondo no es más que esto. Es simplemente algo que nos rodea.

Nos dirigimos a Manhattan Beach, donde los surfistas aguardaban la ola perfecta; luego seguimos a Hermosa Beach, donde tienen lugar torneos de vóleibol a lo largo del año, y al final a Cabrillo Beach, donde las coloridas velas de los surfistas se deslizaban sobre el mar como mariposas gigantes. El sol brillaba caliente como en el verano, y toda la gente a la que encontramos en el camino estaba de un humor radiante. Por la noche, en mi cuarto, me deshice en lágrimas, hasta que caí dormida de tan agotada.

Y de nuevo se posesionó de mí la pesadilla; eran las mismas imágenes que había soñado centenares de veces, pero su efecto fue peor que nunca antes, pues ahora sabía que esas imágenes no eran fantasías de mi inconsciente, sino que mi sueño realmente reflejaba el futuro, y con cada día, cada hora y cada minuto que Lucian y yo permanecíamos separados, ese instante se aproximaba cada vez más.

Continuara...

Lucian (TERMINADA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora