Capitulo 4 2/4

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Lo seguí y me di cuenta de que estaba toda acalambrada. Él tenía razón, lo que le ocultaba era todo menos justo para con él.

Por otro lado, al extraño joven, cuyo nombre en efecto no conocía, lo había visto solo tres veces. Siempre por poco tiempo. ¿Por qué lo sentía de un modo que le daba la razón a Sebastián para sentirse celoso?

—Becks, ¿vienes? —Sebastián ostentaba una sonrisa con la que pretendía minimizar su inseguridad. Me abrió la puerta del comedor.

—Raro lo que Tyger dijo al final, ¿no crees? ¿Por qué no se ha incluido al decir que a nosotros nos atormentan los pensamientos? ¿Crees que tenga alguna receta secreta? ¿Le ocurre a él lo mismo?

Yo no lo merecía.

Sencillamente, no merecía lo amable que Sebastián se portaba conmigo. Pero sentía un alivio casi corporal. Sebastián era mi mejor amigo y no quería perderlo por nada del mundo. Lo tomé del brazo.

—Hermano —le dije— eso mismo me pregunto yo.

Nos sentamos en la mesa de Suse. Ella ya había ordenado y se estaba comiendo las papas fritas.

Sebastián pidió un sándwich de pavo y una hamburguesa vegetariana para mí y pagó ambas órdenes; Suse se encargó del entretenimiento mientras comíamos. En apenas diez días sería su cumpleaños y esperaba que al menos fuera un día cálido de otoño para poder celebrar, como el año pasado, con una carne asada junto al Elba. Rezaba por que fuera Dimo. Ayer había tenido ensayo con la banda y Dimo había mandado a hacer camisetas para las coristas: eran blancas con una cruz roja y decían Hermana enferma.

Cada vez que Suse nombraba a Dimo, agitaba las pestañas y Sebastián me tocaba con el pie por debajo de la mesa. "Perfecto", pensé: "todo vuelve a ser como antes. Todo vuelve a ser como siempre". Respiré y me recarguéen el respaldo; entonces vi la negra cabellera en la barra.

Me atraganté por la emoción y comencé a toser fuerte. Mientras Sebastián me daba palmadas en la espalda, reconocí la pequeña figura de oscuros ojos. Estaba sentado en el rincón del mostrador y levantaba un vaso de refresco de cola. Daba la impresión de que brindaba en mi honor.

Resoplé. Un pedazo de ensalada se me había atorado en la garganta y se me llenaron los ojos de lágrimas, pero no aparté la mirada de él.

Entonces, el joven se deslizó del taburete de la barra y avanzó hacia nosotros a través del atestado comedor. Caminaba concentrado y, aunque su andar era lento, sus movimientos eran sueltos, ágiles, como de un depredador que, pisando sigilosamente, se acerca a su presa. Al parecer, ni Suse ni Sebastián se habían percatado, quizá por mi ataque de tos.

El joven estaba a unos pasos de nuestra mesa. Tomó aire visiblemente sin apartar la mirada de mí en ningún momento, una comisura de su boca se extendió, formando una sonrisa torcida, y pasó delante de mí.

Lo que más hubiera querido habría sido correr tras él, pero en esemomento, por fin, recobré el aire y, cuando acabé de limpiarme las lágrimas de la cara, había desaparecido por la esquina. Suse me miró, inquieta, y Sebastián me ofreció su vaso.

—Ten, bebe algo. ¡Caramba, Becks, estás roja como un cangrejo! ¿Te sientes mejor?

Bebí, tragué y volví a mover la cabeza. El que mi pulso se hubiera acelerado no se debía a la tos.

—Los alcanzo —dije cuando por fin Suse y Sebastián se levantaron y entregaron sus bandejas—. Voy al baño. Adelántense.

Cuando la puerta de salida se cerró tras los dos, me apoyé sobre el mostrador.

Lucian (TERMINADA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora