Capitulo 9 3/4

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  —Hola —musitó Lucian en mi oído, de lo que se sintió como una eternidad—. Hola, Blancanieves. Te he extrañado.

—También yo.

Cuánto, solo ahora podía confesarlo. Por primera vez lo admitía sin remedio.

Sobre el hombro de Lucian vi a lo lejos a Suse. Regresaba, llevando a Dimo a la pista; su mirada recorría la muchedumbre, buscando. Rápidamente, me agazapé y llevé a Lucian en otra dirección.

—Vamos a otra parte, ¿de acuerdo?

En el piso superior del club, el tercero, estaban los palcos. Desde ahí se divisaba la pista. Vi al gigantesco conejo blanco. Se movía torpemente por la pista en la que Suse y Dimo giraban, en medio del hervidero de la multitud. Los rizos sueltos de Suse azotaban el aire; echó la cabeza hacia atrás y rió. Me alivió que, desde arriba, ella y Dimo se vieran pequeños e inalcanzables. Yo no quería que me vieran con Lucian, con o sin máscaras.

Más allá de los palcos había diversos cuartos pequeños: también ahí se escuchaba música, pero más tranquila. Aquí la gente se relajaba, fajaba, bebía, charlaba. Había una terraza de luz cálida y pequeñas mesas de café con ceniceros. De la mano, fuimos hacia allá. Del lado izquierdo, dos brujas, un Freddy Krueger y tres zombies fumaban. Nos colocamos del lado derecho, pegados junto a una lámpara. El aire era frío, pero la lámpara daba calor. Lucian daba calor.

Me soltó las manos, dio un paso hacia atrás y me contempló.

—No puedo dejar de contemplarte —dijo en voz baja.

Tragué saliva y sentí cómo el calor aumentaba y subía de pronto por todo mi cuerpo. Tampoco yo podía dejar de mirarlo.

Parecía tan enigmático. Excitante. Hermoso. Con la máscara puesta se me antojaba todavía más, como si fuera mi secreto.

—No viniste sola, ¿verdad?

Asentí y mi mirada se deslizó por encima de él. Las plumas se movían al viento, un par de ellas se soltaron y flotaron sobre la barandilla de la terraza-balcón, hundiéndose en la noche como copos de nieve. Me quede mirándolas ondear hasta que no fueron más que unos diminutos puntos que se perdieron en la oscuridad.

Bajo nosotros corría la calle que daba a la iglesia del Espíritu Santo, Sankt Pauli y el estado Millerntor, donde la próxima semana se inauguraría de nuevo la Feria de Hamburgo. En los primeros encuentros, Lucian siempre me había parecido irreal; ahora era al revés. Todo se me presentó de súbito como irreal, y solo él era la realidad.

—¿Tuviste problemas la última vez? —me preguntó.

Asentí.

—Mi madre me impuso el primer arresto domiciliario de mi vida.

Lo del bofetón me lo callé.

—¡Oh! —se apoyó en el pretil.

—¿Y tú? —le pregunté—. ¿Cómo has pasado las últimas semanas?

—Sin ti —inclinó la cabeza. Bajo la máscara, su boca esbozó una sonrisa y descubrí el hoyuelo en la mejilla—, pero al menos me he ahorrado el arresto domiciliario, lo cual es una gran ventaja.

Me eché a reír, pero de inmediato me puse seria de nuevo.

—Entonces tienes... una vivienda... un cuarto... ¿De qué vives? ¿Dónde duermes?

Lucian titubeó.

—En cualquier lado.

Sus palabras me sobrecogieron.

Lucian (TERMINADA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora