Capitulo 30 2/3

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Faye fue a la chimenea, que estaba en un rincón de la estancia. Amontonó unas cuantas astillas, echó tiras de una caja de corn-flakes en medio, y lanzó un fósforo prendido. La pequeña llama lamió los pedazos de cartón y el aire se llenó del olor del humo. Faye se inclinó, sopló hacia las llamas y el fuego ascendió crepitando por la chimenea. Faye se sentó delante, en el suelo.

—Aquella misma noche vi a Finn —prosiguió—. Me encontró en el bosque. Había dormido mal y salió a caminar fuera de casa. Al verlo me sentí mejor y me pareció que a él le ocurría lo mismo. Su madre me recibió de manera natural y, cuando notamos que nadie me buscaba, me quedé en la casa. Me llamó "Faye" y me dijo que yo era un hada buena para aquella casa.

—¿Cómo averiguaron —pregunté—, cómo supieron quién eras tú? ¿Alguien también —busqué las palabras que había pronunciado Tyger— te lo explicó?

Faye negó con la cabeza.

—Lo averiguamos por nuestra cuenta. La falta de líneas en mis manos, mis peculiares capacidades, mis sueños sobre Finn que siempre se cumplían, o se cumplieron, con pequeñas variantes aquí y allá pero coincidiendo con lo esencial. De algún modo llegué a saber qué significaba todo aquello. Para nosotros era casi un juego, una aventura que no cuestionábamos. También Finn soñaba reiteradamente acerca de la noche en que el fuego acabó con su casa; cuando en su sueño se estableció la lucha contra la muerte, me vio.

Una ola de calor me atravesó el pecho.

—¿Y cómo... era tu aspecto —susurré— cuando fuiste acompañante de Finn?

Faye se encogió de hombros vagamente.

—Finn no podía describirlo. Un par de veces trató de pintarme como me había percibido en aquellos segundos, pero jamás lo consiguió. Yo no tenía cara, forma, manos, brazos o... alas —Faye sonrió, no cínicamente como Tyger en su despacho, sino más bien divertida—. Finn dijo una vez que quizá como niebla o como una sombra pálida. Tampoco esto logró pintarlo. Me dijo que había sabido que yo estaba allí. Incluso llegó a hablar conmigo en sueños. Él...

—¡No! —grité—. ¡Espera!

Presioné las manos contra mi boca y cerré los ojos. Pero no fueron las imágenes de mi pesadilla las que afloraron en mí. Fueron las imágenes del hospital luego de mi caída del columpio. Hasta ahora, conocía todas las imágenes solo por lo que me habían contado, pero ahora me veía, de repente, en la camilla. Vi a los médicos que se inclinaban sobre mí, vi la agitación en la sala del hospital, los aparatos, los utensilios, las mangueras. Pero todo eso no me importaba; lo que me atraía era exactamente lo que la persona de Faye había visto en sueños. Ese ser del que de inmediato supe que... había estado conmigo. Era como lo que Finn había dicho de Faye. Lo que percibí no lo podía describir... pero me pertenecía, y yo lo había evocado.

Del crepitante montón de leña de la chimenea se soltó una chispa, se movió silenciosamente por el aire y se extinguió. Me vi sentada con Lucian ante la fogata de Falkenstein Ufer, y la piedra que había en mí se hundió aún más profundo. Mi aliento se volvió plano pero rápido.

—¿Prefieres que no siga? —preguntó Faye. De golpe pareció insegura.

—No —la apremié—. ¡Continúa!

Dejó que el vaso vacío le cayera en el regazo.

—Yo también había soñado la muerte de Finn —prosiguió—. Propiamente no teníamos que hacer mucho, salvo permanecer despiertos por la noche y dormir a la mañana siguiente. Al llegar los días de calor, fuimos advertidos, y cuando se desató el incendió salimos corriendo de la casa y contemplamos cómo esta desaparecía en medio de las llamas.

La leña amontonada en la chimenea ahora con fuerza, mientras que por la habitación las sombras danzaban lentas y titubeantes.

—Pero entonces... —traté de entender qué quería decir aquello—...pero entonces tú lo lograste. No perdiste a tu ser humano, sino que lo salvaste.

Faye enredó el cabello rojo que le caía por el cuello como si fuera un chal o una cuerda. Asintió.

—Yo salvé a Finn y entonces podría haber vuelto a ser su acompañante. Había sido del todo sencillo —me miró—. Aparentemente, el camino de regreso funciona así. Un simple pensamiento basta. Solo hace falta que ambos lo quieran.

Faye miró las puntas de su cabello y luego encogió sus hombros.

—Pero no lo hicimos. Finn no quería dejarme ir y a mí me pareció bien. Me gustaba convertirme en ser humano. Amaba a Finn como a un hermano, éramos inseparables, siempre juntos... y compartíamos una pasión idéntica. En el ínterin supe cómo se sentía pintar —Faye sonrió—. No pintaba seres mágicos, ni dragones, monstruos o duendes. Lo que yo plasmaba eran seres humanos. Eran los que más me fascinaban.

Me le quedé mirando. Se había soltado el cabello, que ahora caía sobre su anticuado vestido y brillaba a la luz de las llamas como una segunda fogata.

Ahora me acordé del regalo de cumpleaños que me había hecho Val, el retrato con sombras, y luego el cuadro que Faye me había pintado en la playa. Instintivamente busqué en las paredes de la habitación más de sus obras.

—Solo cuelgo los de Finn —me explicó Faye, quien parecía haber captado lo que estaba pensando—. Con ellos al menos se queda conmigo una parte de él. Cuando concluyo, las cosas que pinto no significan tanto para mí. Me gusta más el hecho de estar pintando, lo que se descubre en un rostro, en una actitud o en el ser de una persona mientras se pinta, y lo que se le añade. Igual que con Ambrose y Emily y tu bisabuelo —dijo, sonriendo de nuevo.

Me quedé atónita.

—¿El aguafuerte era tuyo? Pero ¿cuándo... cuándo?

Traté de comparar el grabado con los dibujos que Faye había hecho de Val y de mí. Pero eran estilos completamente diferentes. El retrato de Val era el carboncillo, con trazos suaves y fluidos. El aguafuerte que encontré sobre el escritorio de mi padre era mucho más perfilado, más preciso. Cada movimiento de la cara y cada diminuto pliegue habían quedado fijados con todo detalle.

—Luego hablaremos del grabado —prosiguió—. Finn y yo debemos haber tenido diez dichosos años. Nos planteábamos cada vez menos la pregunta de si quizá sería mejor que yo volviera a ser su acompañante. Y a partir de determinado momento ni siquiera volvimos a hablar de ello. Solo nos interesaba estar juntos.

Faye colocó dos pedazos más de leña en el fuego. Avivó las brasas con el badil, hasta que el fuego crepitó de nuevo, llameando. De cálida, la estancia había pasado a estar casi muy caliente. Mis mejillas estaban encendidas y miré a la ventana, por la que soplaba un viento más frío.

—Finn murió de una gripe cuando ambos teníamos diecinueve años —relató Faye—. No dimos importancia a la fiebre, y luego todo se sucedió con gran celeridad. Por ese tiempo, su madre padecía un avanzado reumatismo, así que me pidió que fuera por el médico. Me encontré desgarrada entre dos posibilidades: quedarme junto a Finn y volverme de nuevo su acompañante y evitar que muriera solo, o ir por el médico para que lo salvara. Fue Finn quien decidió: quiso el médico. Cuando regresé, era demasiado tarde: había fallecido.

Continuara...

Lucian (TERMINADA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora