Yo me tumbé a su lado. Todavía no era visible la Luna, pero el cielo estaba ahora colmado de estrellas. Incontables puntos de luz temblorosa salpicaban el profundo negror. Durante un momento, nos quedamos el uno junto al otro, callados, con los pies en dirección a la casa, las cabezas en dirección al cielo. En la mecedora maulló el gato suavemente, en sueños, y a través de las hojas de los árboles murmuraba el viento.
—¿Te puedo preguntar algo, Rebecca? —inquirió Lucian en medio del silencio.
Sonó tan serio que me sobrecogí.
—Sí —le contesté, y me apoyé en ambos codos—. ¿Qué quieres saber?
—¿Cómo se juega el Spitz pass auf?
—¿Qué? —me vino una tos—. ¿A qué viene eso?
—Como siempre —Lucian me rozó la nariz. Sonrió, aunque solo con una comisura de los labios y, exactamente como aquella vez en el bazar, apareció un hoyuelo en su mejilla—. He soñado con ese juego. Tú querías jugar, pero tu padre no tenía ganas. Parecía que habían jugado unas siete mil veces en los últimos días. Al llegar aquí vi que hay uno en la estantería.
Solté unas risitas. Me acuerdo muy bien con cuánta frecuencia le gané a mi padre. En realidad, siempre.
—Te puedo enseñar a jugarlo —le dije a Lucian—, pero te advierto que soy invencible.
Un momento de espera mientras Lucian se levantaba y regresaba en seguida con el juego. Decidimos que el vencedor pediría un deseo.
—Listo, Spitz —dije, al tiempo que repartí siete fichas a cada uno y coloqué mi cono sobre la base redonda. El cordón atado a mi cono lo mantuve bien agarrado entre pulgar e índice, y le pasé el cubilete a Lucian—. Toma el cubilete y lo pones con la abertura para abajo. Yo lanzo el dado. Si sale el seis, tienes que atrapar mi cono con el cubilete. Si logro retirar mi cono antes de que tú lo atrapes, gano una de tus fichas. Si atrapas mi cono, tú recibes una ficha mía. Pierde el primero en quedarse sin fichas. ¿Entendido?
—¡Uf! —expresó Lucian. Solté una risita, tomé un trago de champaña y comencé a lanzar el dado: saqué un cuatro, un tres, un uno... y otra vez un uno. Me carcajeé. Mientras Lucian tenía en la mano el cubilete boca abajo, me estuvo mirando a los ojos todo el tiempo. Traté de resistir su mirada y observé brevemente el dado.
Mis músculos se tensaron, mi corazón latía con fuerza y lancé el dado de nuevo. Saqué un cinco, un cuatro, un uno y un seis. Jalé rápido el cordón, pero Lucian fue más veloz: el cubilete cayó sobre mi cono, del que ahora solo se veía el cordón.
Lucian se sopló un mechón de la frente y estiró la mano a la ficha, con una burlona sonrisa de vencedor.
—¡Bah! —rezongué—. ¡No te hagas ilusiones! Fue pura suerte de principiante.
Le pasé una ficha.
Lucian rió malicioso y de nuevo eché el dado: un tres, un cinco, un cuatro, un seis. Como relámpago, jalé el cordón, pero de nuevo tardé demasiado. Lucian levantó el cubilete y le lanzó a mi cono una sonrisa de conmiseración.
—No te pongas triste, abuelita. La siguiente ficha, si tienes la bondad de pasármela.
Resoplando, le di la otra ficha, y volví a echar el dado: un seis... Lucian rió de nuevo.
—Siguiente ficha.
Un par de segundos después:
—Siguiente ficha.
Saqué un dos, un tres, un dos, un uno, un tres, un seis, jalé del cordón y me quedé mirando enfadada el cubilete invertido.
—¡No vale! —exclamé sin aliento.
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Lucian (TERMINADA)
Teen FictionUna joven se enamora de un hombre que parece ser un vagabundo, y están unidos por algo: él es su ángel guardián, pero no recuerda nada porque padece amnesia. Lo único que sabe es que cada sueño que Lucian tiene sobre Rebecca, se hace realidad...