Capitulo 41 1/2

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El hotel se encontraba en Berverly Hill. Era casi tan alto como el Hotel Atlantic de Hamburgo, pero no era blanco, sino rosado, y tenía torres, miradores y almenas, lo que le daba el aspecto de un castillo cursi. Muy bien podría haber estado en Disneylandia. Un letrero de madera color café oscuro saludaba a los huéspedes con una escritura dorada y garigoleada: Welcome to the Old World Hotel. (Bienvenidos al Hotel del Viejo Mundo).

A través de un paseo orlado de palmeras, detrás de las cuales había setos floreados, Janne dirigió el coche por una rampa hasta la entrada. Un conserje de uniforme azul oscuro avanzó hasta nosotros y le abrió la portezuela a mi madre. Ella se bajó y se acercó a toda prisa para ayudarme a descender.

No supe cuánto duró el trayecto; quizá media hora. No nos había detenido ningún embotellamiento ni semáforos. Solo mi llanto hizo que mi madre condujera con mayor lentitud en determinado momento. Tuvo que haber sido agobiante para ella lo que era para mí.

Comenzó poco después de haber arrancado, y no cejó. No podía mover las piernas y el llanto me quitaba todas las fuerzas. Mi madre tuvo que colocar mi brazo sobre su hombro y sacarme del coche. Su perfume remarcaba el olor a sudor. Tenía el cuerpo caliente. Apoyada en ella y dando traspiés, recorrí el vestíbulo. En una chimenea chisporroteaba el fuego, y en sillones mullidos se encontraban señores mayores bebiendo té. En la recepción había un enorme jarrón de vidrio con lirios; su fragancia penetraba dulcemente.

Janne me condujo a un blando sofá de terciopelo rojo. Con sumo cuidado, tomó mi brazo de su hombro y me ayudó a sentarme. Duró un par de segundos. El llanto me ocasionó unas sacudidas que se transformaron en una temblorina que yo no lograba controlar.

De una de las paredes colgaban óleos en pesados marcos dorados. Tintineaban las tazas de té. Sonó un timbre. Era en tono amigable, cálido.

—Buenas tardes, señora. ¿En qué puedo servirle?

—Mi... marido ha reservado una habitación doble a nombre de Wolff, para dos personas y para una noche.

—Un momento, por favor, señora Wolff.

Escuché pasos. Se aproximaban taconazos a saltitos. Alguien se sentó junto a mí. Sentí cómo se movía el acolchado junto a mí. Olí spray para el cabello y lavanda. Sentí que una mano me toqueteaba el brazo. La voz, antiquísima y quebradiza, se sobreponía a la de Janne, aunque era mucho más queda.

—Dicen que todo saldrá bien —resonó en mi oído—, pero no tienen ninguna idea acerca de quién están hablando, ¿no es cierto? ¿Cómo habría de saber? Podían saber que Jim no estaba en el búnker.

Vi una mano arrugada, de uñas pintadas de rosa y con anillos en los dedos, que resplandecían como los ojos de la señora anciana. Que me miraba con su arrugado rostro. Sacó un pañuelo del bolso y me lo pasó. Era de un verde brillante con puntos rojos. No, no eran puntos, eran rosas. Todas eran diminutas rosas rojas.

—¡Cómo puede ser! —la voz de mi madre penetró de nuevo hasta mi conciencia. Protestaba con animosidad—. El cuarto fue reservado ayer. Confiaba en que ustedes...

—¡Naturalmente, señora, naturalmente! Permítame, por favor, un segundito...

Ahora volvió a sonar la temblorosa y antigua voz de la anciana:

—Puedes quedarte con el pañuelo, querida. ¿No te acuerdas de lo que decía la abuela Betty? "En la vida muchas veces todo lo que se requiere es un pañuelo." Así lo expresaba. Y es cierto, ¿no te parece? —la señora me miraba, pestañeando. De pronto pareció desconcertada—: ¿Tú eres May? —preguntó—. Querida, no tienes que llorar tanto. Eso no te devolverá a tu Jim— y volvió a toquetear mi mano.

Una mujer joven se inclinó hacia ella.

—No, mamá, ella no es May —dijo con suavidad, y tomó la mano de la señora—. Vamos. Te llevo a tu cuarto.

Ayudó a la anciana a levantarse.

—Perdona la molestia —me dijo—. Mi madre está algo desorientada después del largo viaje.

Apreté el puño mientras miraba cómo ambas se iban. No podía ni levantarlo, tan agotador me resultaba el llanto. Otra vez se escuchó la voz del hombre, tranquila y con cortesía profesional:

—¡No sabe cuánto lo siento, señora Wolff, pero es claro que hubo una confusión con la reservación! No hay nada reservado con su nombre. Pero podemos ofrecerle la suite Paris Violets o la Old English. La diferencia va por cuenta de la casa, naturalmente. Si está usted de acuerdo...

—No hay problema...

—¿Desea la señora la Paris Violets o la Old English?

—Me da igual. Lo que me interesa ahora es simplemente un cuarto. Mi hija no se siente bien. ¿Puede apresurarse?

Continuara...


Lucian (TERMINADA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora