Capitulo 40 2/2

588 22 0
                                    

Tomé aire y le dije:

—En el verano de 1963, yo me enamoré y mi padre murió ahogado.

—¡¿Qué?! —Sebastián quedó desconcertado por completo.

—Agua salada —proseguí—. Era la primera frase de la novela que buscaste para la tarea de Tyger. Me la leíste. Tú me explicaste que el autor abría una puerta con esta frase. Sabemos lo que pasa, pero no sabemos cómo.

Sebastián se me quedó mirando.

—También yo sé lo que me pasará —añadí—, y conozco la única posibilidad de impedirlo —apreté el brazo de Sebastián—. Aquí tienes mi primera frase: Lucian no es ningún ser humano, sino un ángel, y si él no me salva, moriré.

La mirada se Sebastián seguía fija en mí.

—¡Tienes que creerme! —insistí—. No sé cómo decírtelo de otra manera.

Si Sebastián lo hizo o no, no sabría decirlo, pues en ese momento Lucian se incorporó, apartó a Sebastián de un solo además, con tal fuerza que voló, cayendo sobre la hierba. De un brinco, Lucian estaba de pie.

Pero era demasiado tarde.

Mi madre había llegado.

Mi padre la traía abrazada y ella tenía ambas manos en la boca. Miró de Lucian hacia mí. Traía los cabellos en mechones, su rostro estaba encendido, como afiebrado, y sus ojos destellaban un pánico que nunca había visto en ninguna otra persona.

Su mirada se encontró con la de mi padre, y antes de que Lucian pudiera tomarme de la mano, los dos estaban junto a mí, en perfecta concordancia, como si fueran dos partes de un todo. Mi madre a la izquierda y mi padre a la derecha. Me tomaron de los brazos y me arrastraron a la calle. Mis piernas pataleaban en el aire, pero no podía defenderme. Los zapatos se me zafaron de los pies, y del bolsillo de los jeans se salió la esponja de la felicidad. Cayó sobre la hierba y oí cómo Janne sollozaba, pero mis padres siguieron arrastrándome, y a medida que la calle estaba más y más cerca, mi mirada seguía clavada en Lucian. Él me siguió, paso a paso, paso a paso.

Cuando estuvo a mi lado y trató de estirar la mano hacia mí, mis padres se detuvieron al mismo tiempo. Y mientras las manos de Janne me aprisionaban como pinzas, escuché que decía: "¡Si tocas un solo pelo de mi hija, te mato!".

Lucian mantuvo su mirada.

—A mí no pueden matarme —replicó—, pero sí pueden matar a su hija, y si esto ocurriera, entonces me quedaría aquí para recordárselo a ustedes toda la vida. Ahora sé quién soy, señora Wolff. ¡Míreme, fíjese bien!

Lucian giró sus manos y las mantuvo en alto. Temblaban.

—¿Recuerda la frase que eligió para su hija al nacer? —preguntó Lucian.

Mi madre calló. Mi padre calló. Sebastián, Michelle, Faye y Val, quienes habían salido corriendo de la casa y estaban en torno a nosotros, callaban. En el jardín no se escuchaba nada.

—"Una vida llena de misterio, para ti —dijo Lucian—. Rodeada de mí y de muchas cosas desconocidas..."

Lucian pasó la mirada de mí a mi madre.

—Yo era una de esas cosas, señora Wolff. Cuando usted dio a luz a Rebecca, yo vine al mundo. De nuevo lo sé, lo sé todo, y su hija me ha ayudado a recordarlo. Yo siempre he estado cerca de Rebecca, desde su primer aliento. Estuve en el hospital cuando por poco se muere. Ella me llamó Lu. Ahora sé también lo que hice en aquel cuarto que le conté. Yo no quería matar a su hija, sino que traté de salvar su vida, y eso es lo que voy a hacer ahora. Volverá a pasar, señora Wolff, y por eso tengo que estar cerca de ella. Le ruego, le suplico que, si ama a su hija, me permita estar cerca de ella.

La mano con que Janne sujetaba mi brazo comenzó a temblar; la mano de mi padre también. La esponja de la felicidad de Spatz brillaba en la hierba como una estrella.

Había servido. Lucian lo había logrado. Habían creído en él. Por fin estábamos seguros.

Comencé a inhalar aire, cuando las manos de mis padres atenazaron mis brazos nuevamente, y esta vez con más fuerza.

—Usted tiene razón —dijo mi madre, decidida—. Amo a mi hija. La amo más que nada en el mundo. Y si no se tratara de su vida, entonces trataría de ayudarlo a usted. Usted está enfermo, Lucian, peligrosamente enfermo, y es un riesgo para la vida de mi hija. Ella le cree. Le ama, y se iría con usted donde fuera. Pero no permitiré que a ella le ocurra nada, y Alec tampoco. No dude que haremos todo lo posible para mantener a nuestra hija lejos de usted.

Con estas palabras, Janne y mi padre me arrastraron al coche, ahora cada vez más rápido.

Lucian corrió tras nosotros. Vi su rostro, vi su esfuerzo desesperado por volverse invisible, y vi que no lo lograba. Todo su cuerpo tembló, y cuanto más intentaba mantenerse en control, más fracasaba.

Mi padre y Janne me arrastraron al coche. Era una minivan roja. En la portezuela del copiloto había un sol amarillo con la palabra Sunnycars (coches soleados).

Mi padre cerró la puerta, entonces se lanzó contra Lucian y lo apretó por la garganta. Janne prendió el motor.

Vi a Sebastián a quien ahora mi padre arrastraba por el brazo. Vi a Michelle, quien tenía a Val tomada del brazo y, muda, miraba a Lucian. Vi a Faye, que abría la boca y decía algo que no entendí. Vi el rostro de Lucian. Mi padre lo tenía atrapado por la nuca. La mirada de Lucian estaba clavada en mí. Lloraba.

Entonces Janne arrancó y aceleró, rechinando los neumáticos.

Lucian (TERMINADA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora