Tomados del brazo, fuimos al Chevy, nos besamos, reímos de un perrito que estaba delante del restaurante y le ladró a una señora mayor que, espantada, casi deja caer el bolso, y arrancamos.
Parecía que Lucian había aprendido a orientarse bien durante los días que estuvo en el lago en mi búsqueda. Viró de ese camino hasta una carretera de terracería llena de baches que, montaña arriba y serpenteando, conducía a un bosque sombrío. Se detuvo en un claro pavimentado de cascajo. Al apearnos, un águila emprendió el vuelo, a un par de metros de nosotros, y algo grueso se lanzó por la maleza hacia la espesura. Solo vi una parte trasera marrón y unas piernas veloces que se desvanecieron al momento siguiente.
—¿A dónde me trajiste? —pregunté.
Pero Lucian solo me tomó de la mano y caminamos por la arboleda. Era un bosque de árboles variados. Un tortuoso y angosto sendero conducía camino arriba. De nuevo percibí con qué agilidad gatuna se movía Lucian. Solitarios rayos solares pintaban manchas en el piso selvático, las altas copas de los árboles susurraban, y de súbito tuve la sensación de que éramos los únicos seres humanos a leguas de distancia. Al cabo de un rato, la senda se aclaró y Lucian me guió hacia la derecha hasta que llegamos a un amplio espacio rocoso que daba a un acantilado. Reteniendo el aliento, me detuve, llena de aprensión; pero cuando Lucian me condujo al borde del abismo, me olvidé de todo el miedo. Al fondo se extendía la punta de la cola del lago del Dragón. El verde curso de un río claro como el cristal corría por el paisaje, formando meandros estrechos. Los montes se erguían altos y potentes y, en medio de ellos, prados de un lozano verdor, y sobre nosotros no había más que el cielo, limpio de nubes y de un claro y profundo azul. Una parvada atravesó el aire.
—He estado aquí un par de veces —mencionó Lucian—, y si no hubiera sabido que nada me traería, probablemente me habría lanzado a lo hondo.
—¿Qué quieres decir? —le pregunté asustada—. ¿Qué otra cosa te habría traído a ti... si no la muerte?
Lucian rió sin ganas.
—Pero ni siquiera así, pues esto ya lo había averiguado en Alemania.
Sentí cómo la sangre desaparecía de mi cara.
— ¿Trataste de quitarte la vida?
Lucian asintió.
—¿Cuándo? —musité—. ¿Cómo?
—Antes de seguirte —explicó—. Me tomé unas pastillas. Salté del puente, y hasta con una hoja de afeitar... —Lucian se detuvo, movió la cabeza con resolución—. Digamos simplemente que he probado todos los medios, pero no funcionó.
Me mostró la muñeca. Miré la plana y entera piel sobre las venas del pulso y pensé en Tyger y Faye, quienes también habían intentado quitarse la vida. Pero ellos ya estaban solos, mientras que yo aún vivía.
—Me parece increíble, Rebecca —dijo Lucian quedamente, y añadió refunfuñando—: No acabo de comprender que Morton me haya ocultado quién soy yo.
—¿Dónde encontraste por primera vez a Morton? —le interrogué.
Lucian se agachó y tomó una piedra del piso.
—En alguna parte en el Kiez —contestó—. Era de noche, luego de que tu gente te llevó de Falkensteiner Ufer. Me fui a algún bar de mala muerte para emborracharme cuando, de improviso, Morton se sentó junto a mí en el mostrador y me preguntó si no preferiría ir a beber a un lugar más agradable. En un principio creí que el tipo quería seducirme, pero tenía los nervios tan deshechos que casi todo me daba igual. Tyger me llevó a su casa y me ofreció el cuarto. La mañana siguiente yo tenía un panecillo sobre la mesa, y por la noche me propuso trabajar en Max und Consorten. El pub es de su propiedad. Me dijo que lo había comprado hacía setenta años, lo que entendí como una broma tonta.
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Lucian (TERMINADA)
Teen FictionUna joven se enamora de un hombre que parece ser un vagabundo, y están unidos por algo: él es su ángel guardián, pero no recuerda nada porque padece amnesia. Lo único que sabe es que cada sueño que Lucian tiene sobre Rebecca, se hace realidad...