Capitulo 8 3/5

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—Busquen la primera frase de una novela o de un cuento que encuentren digna de nota —nos ordenó—. Si es una frase alemana tradúzcanla al inglés, y escriban un ensayo sobre cómo la sienten. Si la encuentran simpática, si la encuentran prometedora, si algo les atrae de la historia y, si sí, por qué les atrae. —Se quedó un momento delante de mi lugar y me miró de nuevo de esa manera tan rara que poco a poco me iba incomodado.   

—¿Ocurre algo? —le pregunté, molesta, pero solo se encogió de hombros y se fue.  

Pasé la tarde, más que nada, revolviendo los estantes de libros de Janne y Spatz. Por mi parte, no eran muchos los volúmenes que poseía. Leer me ponía nerviosa y, al cabo de unas cuantas hojas, me entraba un urgente deseo de moverme, y por lo general no había ningún obstáculo para salir. Hojeé las novelas de Barbara Vine, la autora preferida de Janne, tomé un par de libros de Dostoievski y me quedé con Rebecca, de Daphne du Maurier. Era un libro viejo cuyas hojas ya estaban completamente amarillas. La primera frase decía: Anoche soñé que, de nuevo, me encontraba en Manderley.

Me estremecí y dejé de nuevo el libro en la estantería. Finalmente, tomé El proceso, de Kafka. Su novela comenzaba con las palabras: Alguien tuvo que haber calumniado a José K., pues sin haber hecho nada malo se encontró una mañana en la cárcel.

"Vaya, esto sí me agrada", pensé, malhumorada. Me llevé el libro a mi alcoba, pero dejé el ensayo para después. Más bien hice la tarea de matemáticas, le telefoneé a Sebastián, quien, al igual que Suse, no había mencionado ni una palabra de la tardeada junto al Elba, pero para mi alivio ya no era tan estupendo conmigo; y también le mandé un mail a mi papá.

Valerie ya sabía escribir y practicaba con diligencia, aunque hacía sus tareas, literalmente, sobre la mesa del comedor. Había pintarrajeado la superficie de la mesa de antigua madera de rosas con un marcador indeleble, y con palabras como cat, fat, hat...

—¿Qué cuentas de nuevo? —preguntó mi padre.

Callé lo del arresto domiciliario y lo que lo había causado; en cambio, le pregunté sobre mi bisabuelo. No pensaba que mi padre lo recordara bien, pero la cuestión me interesaba.

Al siguiente día me llegó la respuesta.

Ah, sí, la biografía del abuelo William Al. ¿La tienen en casa? ¡No puedo creer que Janne quisiera venderla en el bazar! ¡Aplaudo que rescataras nuestra historia familiar heroicamente!  

 Sonreí maliciosamente y seguí leyendo.


Yo era bastante pequeño cuando murió, seis o siete. Tu abuela siempre decía que él por nada del mundo le dejaba un cabello sano a nadie, pero parece que a mí me quiso. Fue una locura que hubiera metido en el libro la foto del lago Nacimiento. Mis visitas a este son los únicos recuerdos que aún conservo. ¿Te conté que él fue quien me heredó la casa, o no? Como haya sido, allí pasó sus últimos años, y además solo. Fue en el embarcadero del lago donde me enseñó a pescar. Una vez conseguí que una trucha grande picara el anzuelo. Grité como loco y cuando, todavía en el muelle, la trucha continuaba agitándose, tu bisabuelo me puso un palo en la mano y me indicó que tenía que pegarle en la cabeza para atontarla. Puedo decir que el golpe fue bastante fuerte, y que fue solo el comienzo, tu bisabuelo medio su cuchillo y me dijo que la acuchillara entre las aletas pectorales en dirección a la cabeza, para que pudiera alcanzar el corazón.  

  Entonces el pescado moriría. Así lo hice. Pero cuando la trucha se me quedó mirando con el ojo muerto, me eché a llorar. Tu bisabuelo quiso saber si la trucha me había hecho daño, pero no era eso. Lloré porque acuchillarla había hecho que me sintiera mal. Fue como una embriaguez. Me avergoncé y se lo dije a tu bisabuelo. Y entonces me lanzó una mirada que todavía recuerdo con total exactitud. Me explicó que había muchas formas de matar y que esa era honrosa y que la borrachera que había sentido era normal y que no tenía que avergonzarme 

Lucian (TERMINADA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora