Capitulo 21 2/3

1.2K 22 0
                                    

Con la confianza de un cachorro, mi hermanita se metió bajo la cobija. Estiró los fríos dedos de sus pies entre mis piernas, y un momento después ya estaba dormida. Escuché su tranquila y acompasada respiración, que de vez en cuando se interrumpía con un suave sollozo y, como cada noche, traté de luchar contra el sueño.

Ya no recordaba si alguna vez el sueño había significado reposo para mí. Cada noche soñaba que me moría. Era siempre el mismo sueño de muerte, que había tenido por primera vez un miércoles en Hamburgo. En Los Ángeles regresó; ni siquiera en la clínica dejé de tenerlo: me encontraba en la extraña habitación de la mullida alfombra verde, el cobertor floreado sobre la cama y la oscilante araña de luz sobre mi cabeza. Junto a mí, sobre mi vientre y mis manos, estaban los pedazos de porcelana rota y un olor metálico dulzón subía hasta mi nariz. Noche tras noche sentía que necesitaba un aire que no había, y suplicaba con la misma desesperación por mi vida: Por favor, por favor no... no por favor... no me dejes... la esponja de la felicidad de Spatz estaba en mi mano y el cuerpo de Val se había llenado de calor; se ajustó a mi vientre como una gran bolsa de agua caliente para los dolores. Sentía sus suaves cabellos y el dulce aroma a fresas de sus manos, y de algún modo estaba convencida de que no podía resistir el sueño. Me estremecí todavía un par de veces y luego ya estaba ida.

Desperté porque una fuerte luz pegó en mis párpados. Pestañeé desconcertada. Desde mi ventana, el cielo tenía el color de la leche diluida. ¿Había logrado dormir de un jalón hasta en la mañana? Evidentemente.

Val seguía en mis brazos. Delante de mi cama, se encontraba arrodillado mi padre. Estaba mirándonos como si fuéramos una aparición. En su negro cabello se vislumbraban mechones plateados, tenía el rostro esmirriado y los ojos se encontraban en lo hondo de sus fosas, pero ahora comenzaban a iluminarse. Se veía que quería decir algo, cuando desde el piso de abajo sonó una voz agitada.

—¿La encontraste?

Mi padre se estremeció, se levantó rápido y corrió a la puerta:

—Aquí está —oí que decía tranquilo—, aquí con mi... con Rebecca. Está dormida.

—¡Entonces despiértala, caramba! ¡Ya perdió la primera clase!

Papá cerró la puerta. Se acercó de nuevo a la cama, me besó en la frente y después acarició los rizos rubios de Val.

—Nos dormimos pequeña —dijo—. Te tienes que levantar; ya es demasiado tarde.

Val murmuró, desganada, rechinó los dientes y se volteó hacia mí y escondió la cabeza en mi hombro. Con cuidad, mi padre retiró la cobija.

—Val, pequeña. Levántate. Tienes que ir a la escuela.

—No quiero —protestó Val, todavía en sueños—. Estoy enferma. Prefiero quedarme.

—Ven, tesoro —suspiró mi padre. Metió las manos bajo el cuerpo de Val y la levantó de la cama. Mi hermana, bufando, se debatió y su puñito dio en la nariz de mi padre.

—¡Oye! —exclamé—. ¡Eso no se hace!

Mi padre se me quedó mirando boquiabierto.

—Tú... tú... tú dijiste algo —pronunció.

Val abrió los ojos y sonrió.

—Pero antes ya había hablado conmigo.

Algo se quebró en el rostro de mi padre. Comenzó a llorar como un niño pequeño. Val lo besó.

—No te pongas triste —le dijo—. Contigo también va a hablar, ¿verdad?

Papá me miraba como si no lo pudiera creer. En alguna parte de la casa, Michelle gritaba:

Lucian (TERMINADA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora