James me confundía.
Estaba casi segura que lo hacía con todas las mujeres. Las besaba, luego les decía que no les interesaba tener nada con ellas, y luego las volvía a besar. Era un círculo vicioso que no hacía bien a nadie.
- Esto se me está yendo de las manos, Alexandra - dijo.
Estábamos acostados en el suelo del cuarto de aquella biblioteca, contemplando las manchas de humedad del tapizado color crema que cubría el techo. La temperatura no era elevada, pero se sentía algo de pesadez en el ambiente. Estaba todo oscuro, pero podía seguir distinguiendo los objetos.
No habíamos hecho nada más que besarnos. La ambientación no parecía ni un poco romántica. El momento se prestaba para tomar algún libro que incluyera una reflexión con metáforas ilógicas sobre el sentido de la vida; sin olvidar el día de lluvia y el sillón individual.
- No entiendo por qué ves esto como algo malo - dije, mientras pensaba en la cantidad de personas que pasaron por mi misma situación -, somos dos personas y nos besamos.
- Alexandra - empezó a decir, incorporándose para sentarse contra la pared -, es ilegal. Somos profesor y alumno. Es un delito.
Me incorporé junto a él y quedamos sentados, uno al lado del otro, mirándonos, con nuestras cabezas apoyadas en la pared que teníamos detrás.
- Pero seguimos siendo personas. Podemos mantenernos juntos fuera del colegio. Si quieres, digo.
Él me miró directo a los ojos. Sentí algo de tristeza en su mirada, como si estuviese apenado por lo que estaba pasando. Pero sus ojos también me mostraban que le gustaba lo que teníamos.
Le gustaba que fuera prohibido.
- Ahora no quiero hablar de esto - dijo. Jamás llegábamos a mantener una conversación estable sobre el tema, y eso no me agradaba.
James se levantó del suelo y me tendió la mano para que yo también pudiera. Me limpié la falda, ya que seguramente estaría polvorienta, y luego James me preguntó que por qué estaba tan inexpresiva.
Era la verdad, no tenía ganas de hablar con él. Ya me había cansado que siempre fuese el mismo problema. Me sentía una estúpida porque era la segunda vez que nos besábamos, pero parecía la milésima que lo hacía. Y la milésima vez que me decía que no quería volver a besarme porque estaba mal.
- Entonces, ¿por qué me seguiste la corriente hasta aquí? - pregunté, algo fastidiosa.
Él sacudió el polvo de sus pantalones y se acomodó. Luego le echó una mirada a la biblioteca, abandonada en el tiempo. Su cara refería que se iba a quejar, pero no lo hizo. Simplemente me miró a los ojos y habló.
- No lo sé, me atraes, supongo - dijo agarrando las llaves y acomodando las carpetas.
- ¿Acaso no estás seguro si sientes algo por mí? - dije, un poco enfadada.
De alguna manera creía que James sentía cosas por mi, pero no me quería decir. Mientras acomodaba sus carpetas y cuadernos, se quejaba por lo bajo.
- James - dije. Él levantó la vista y me miró directo a los ojos. - No soy una niña y tú sabes qué pasa entre nosotros. No quiero dejar pasar más el tiempo.
Su cara no decía nada. No podía descifrar qué iba a hacer en el momento siguiente.
- Pensé que con una vez alcanzaría, pero se ve que no queda claro.
No parecía estar furioso, ni triste. Tampoco confundido, pero no era un sentimiento feliz.
- Yo te gusto, tú me gustas. Tú eres una alumna de diecisiete años que asiste al instituto como cualquiera de las alumnas adineradas. Yo, en cambio, y para tu mala suerte, soy tu profesor en dos áreas del instituto; y así debo ser reconocido, como un profesor. Así como están los profesores de Matemática, Literatura e incluso de Educación Física, estoy yo. Y nunca cambiará mi puesto ante ti, Alexandra. Debes entender que nuestra relación no funcionará ni hoy, ni mañana, ni el año que viene. Entiéndelo ahora, porque cuando estés enamorada de alguien que no te corresponde por distintos motivos, como por ejemplo el nuestro, deberás dar marcha atrás y dejar que no sea. Y si no lo entiendes ahora, siendo adolescente, no lo entenderás cuando seas adulta y quieras casarte.
Un sermón. Un estúpido sermón, que no decía nada. O al menos nada de lo que quería escuchar. Y tampoco decía cosas que fueran reales, como el hecho de estar enamorada de él. ¿Quién lo decía? Solamente me atraía, pero eso no significaba que realmente quisiera estar con él.
- Entonces te gusto, te atraigo o como se diga - dije confundida como nunca.
- Ahora no quiero responder a eso, Alexandra. Si quieres saber qué pienso, el viernes te espero en el bar de la esquina 7 y 21, el que está frente a la ferretería, a las ocho.
Asentí con la cabeza, comiéndome las uñas por dentro. Tenía tantas ganas de aplastar su estúpida cara contra el asfalto de la calle que podría haberlo hecho en el momento. Pero no, no quería arruinar sus tan bonitas facciones que me miraban.
Me enojaba mucho que me dejara con la intriga de saber qué le pasaba conmigo. Porque en parte me había dicho que le atraía, pero no me había dado ninguna solución más que invitarme a un bar a charlar. No veía duradero estar escondiéndonos en la biblioteca del colegio hasta fin de año.
- Eres de lo peor que conozco - dije saliendo de la biblioteca, sin esperarlo.
- Noto que nunca te has visto a un espejo, mi cariño - respondió a mis espaldas, y pude sentir cómo sonreía.
- No me digas mi cariño - respondí.
- Ya sé que ese apodo te enloquece, no hacía falta que me lo recordaras.
Guardé silencio. No sabía si era real o mentira, sólo me apresuré a caminar al salón.
Me quedé pensando en su estúpida respuesta de niño de tres años. Tanto estudio y tanta inteligencia para que hablase como un alumno de segundo grado que pelea con sus amigos para ver quién da la mejor respuesta.
Sólo esperaba que no me decepcionaras, querido e infantil James.
Y no, no estaba siendo pesimista. Pensaba que el viernes sería un buen día, un día donde James me dejase de dar vueltas como a un trompo y se decidiera, y que si sólo me quería para ser su juguete, me lo dijera. Pero que no me volviese a mentir, y que me contara lo que de verdad pensaba.
- Chist - escuché a mis espaldas.
Me di media vuelta y no llegué a responder ya que James en un movimiento rápido me tomó de la cintura y me puse contra la pared más cercana, besándome.
Cinco segundos más tarde me soltó y siguió caminando hasta la puerta del salón. Seguía atónita, hasta tal punto en que debía reaccionar para poder entrar.
Para mi buena suerte, él había agarrado un libro y me lo había dado, en parte para simular que habíamos pasado gran parte del tiempo buscando el libro, y en otra parte, para terminar el trabajo que había dejado a medias.
James me esperó y antes de entrar me dio una nalgada.
- ¡OYE! - dije tocándome donde me golpeó.
- Perdón, pero tienes la pollera demasiado corta - respondió y entramos.
Siempre tan sutil.
ESTÁS LEYENDO
Adultos
RomanceAlexa ama a los hombres. Ama que tengan más de 25 años. Que usen traje. Que tengan barba. Que tengan un gran empleo. Pero hay un hombre en particular en la vida de Alexandra... su profesor de historia, James. Y Alexandra nunca se ha enamorado. Y...