Llegamos al hospital.
- Hola, estoy buscando a la señora Stephen - le dice Carola a la recepcionista del salón. La mujer nos dice el número de habitación y nos indica como llegar.
Nunca tuvimos suerte en los hospitales, nunca fuimos por buenas causas. Nunca fuimos porque algún conocido haya vencido al cáncer, ni porque le iban a colocar a Carola el cuello en su lugar luego de habérselo partido al caerse de un pasamanos en el parque. Nunca salimos de aquí sonriendo.
Nunca me gustaron los hospitales, todos tienen siempre el mismo color blanco, blanco nítido, apagado. Las luces blancas, las paredes blancas, el suelo blanco, los trajes blancos. Todo impoluto, limpio y ordenado. Todo demasiado alegre para expresar la verdad: que estamos allí por algo que suponemos, no debe ser nada alegre.
Mamá no pasó ni los primeros meses de embarazo, y no puede ser que ya esté internada.
No va a parir.
Mayo nos recibe de la peor manera.
De hecho, la vida no tiene siempre la mejor manera de darnos las noticias.
Al llegar a la puerta que la recepcionista nos había indicado que estarían mamá y papá, Carola y yo nos detenemos. Nos miramos unos segundos, con preocupación y nerviosismo. Ella sostiene el picaporte, ansiosa. Miro su mano, esperando a que abra la puerta.
La tensión de nuestros cuerpos se puede sentir.
Y lo que pasa luego de que Carola abre la puerta se reproduce como una película; como en cámara lenta.
Carola es la primera en entrar. Su pelo lacio se balancea al abrirse paso a la habitación. Me asomo por encima de su hombro y veo a mamá recostada en una cama, aquellas en las cuales las personas con problemas de salud descansan con tubos recorriendo todo su cuerpo, suero, y un acompañante.
Carola suelta el picaporte y lo sostengo yo, para poder cerrar la puerta. Mamá no nota que estamos aquí, parece estar plenamente dormida. Está tan pálida que podría decir que cayó del cielo y sus alas de ángel se desvanecieron con su llegada. Su pelo está recogido en una desalineada coleta de pelo baja. Sus pómulos son inexistentes, y en su lugar hay huecos sombríos. Sus brazos duermen al costado de su cuerpo, frágiles y delgados, como si de un segundo a otro hubiese adelgazado terriblemente. Aunque ella siempre ha sido delgada, hoy sus huesos se marcan bajo su piel, tallando lo humana que es.
Papá se encuentra a su lado, sentado en un sofá individual. La mira con puro amor en sus ojos, tomándole su mano derecha, besándola, y susurrándole lo hermosa que se ve. Es algo que él siempre ha hecho, desde que conoce a mamá. En cualquier momento, toma su mano derecha y luego de un delicado beso le dice que cada día está más hermosa, y que sus ojos no pueden dejar de admirar semejante belleza.
Su cara es de preocupación, de tristeza.
- Papá - dice mi hermana, y corre a abrazarlo. Él rompe en llanto en brazos de su hija. Nunca antes vi a papá llorar, en ningún momento de mis dieciséis años de vida papá lloró por nada. Siempre ha sido una persona fuerte, capaz de controlar sus sentimientos, pero sin demostrar tristeza mediante lágrimas. Creo que jamás demostró estar triste.
No entiendo por qué llora, y Carola parece que tampoco, aunque solo guarda silencio en la soledad de la habitación, escuchando los sollozos que su padre emite. Ella rodea su cuerpo con sus delgados brazos, mientras me hace un gesto para que me siente en un sofá frente a la cama donde mamá descansa.
Mientras escucho a papá llorar sin explicar la razón, empiezo a mirar a mamá y noto algo: su pecho.
- ¿Mamá respira? - pienso en voz alta, intentando adivinar si su pecho sube y baja lentamente, o si sólo es ilusión mía que lo hace.
Papá deja de sollozar. Carola se dispone a levantarse del suelo, desde donde abrazaba a papá, para acercarse a mamá. Recorre la habitación hasta llegar al costado izquierdo de mamá. Mira desde sus pies a su cabeza, detenidamente. Observa con cuidado sus facciones. Para cuando termina, pone su mano derecha sobre su pecho, suavemente.
Observo un largo rato la mano de mi hermana sobre el pecho de mi madre, intacta. No se mueve. No sube y baja, como debería de hacerlo.
- Iba a decírselo a ambas cuando estuviese la abuela - explica papá, sin dejar de mirar sus zapatos.
Los ojos de Carola se cristalizan, hasta que grandes gotas empiezan a rodar por sus mejillas trazando diferentes caminos de agua.
Ella se retira de la habitación rápidamente. Abre y cierra la puerta tan rápido y tan delicadamente que pareciese que tiene experiencia en hacerlo.
- ¿Qué? - pregunto. Miro el cuerpo de mamá.
Después de preguntar eso, me abruma una terrible sensación de tristeza, acompañada por un enorme vacío, que me deja un agujero en el pecho, por lo que debo sostenérmelo antes de que me caiga del sofá. Empiezo a respirar agitadamente, mirando la piel de porcelana de la mujer que me había dado la vida. Puedo sentir rubor en mis mejillas, seguido de un constante mareo y una agitación incontrolable. El vacío me inunda el pecho, y éste recorre mi cuerpo completo. De mis ojos sale agua. Primero como llovizna, luego como tormenta.
Quiero golpearme la cabeza contra la pared.
El calor en la habitación aumenta. No dejo de jadear.
Abro la puerta violentamente, tanto que sentía que me quedaría con ella en mi mano. Suelto el picaporte y la puerta golpea con una pared de la habitación, haciendo un gran estruendo.
Corro por el pasillo del hospital. Llego a la salida y abro la puerta con ambas manos, empujándola. El frío sol de otoño me cubre los pómulos, pero aún no logra secarme las lágrimas.
Caigo de rodillas al suelo, rendida. Sostengo mi cabello con mis manos, y tiro de él, con odio, tristeza... dolor. No me duele tirar de mi cabello. No me dolió caer de rodillas al asfalto. No me dolió cuando en el pasillo me gritaron que "no hiciese estruendo".
No me duele nada de eso.
Me duele papá, Carola.
Me duele mi mamá.
Mi inexistente mamá.
N/A
Hola gente linda!
Sí, ya lo sé...
No saben lo mucho que me costó escribir este capítulo. Ya entenderán el por qué de todo esto...
Espero que no se sientan así cuando lleguen los próximos capítulos!
Les amo!
- Zo
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Adultos
RomanceAlexa ama a los hombres. Ama que tengan más de 25 años. Que usen traje. Que tengan barba. Que tengan un gran empleo. Pero hay un hombre en particular en la vida de Alexandra... su profesor de historia, James. Y Alexandra nunca se ha enamorado. Y...