Capitulo 61

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Apenas desperté, me di cuenta que algo no estaba bien.

Carola y yo habíamos tenido una noche muy divertida, pero algo en la atmósfera de la casa no iba correctamente.

Es verdad que, desde que mamá falleció, los domingos no son lo mismo de antes. Pero este domingo en particular, algo había cambiado. Y presiento que no es nada bueno.

- Buen día - me dice Carola, estirándose. La devuelvo el saludo y ella me mira algo extrañada. - ¿Qué?

- ¿Papá está en casa? - pregunto.

- ¿Crees que tengo idea? ¡Yo también me acabo de levantar!

Buen punto. No sé por qué pregunté eso.

Le aviso a Car que voy a mi habitación a cambiarme y mientras tanto busco algún mensaje de papá, diciendo dónde iba a estar. Ya nos habíamos acostumbrado a sus mensajes, pero creo que esta vez no envió nada.

Comienzo a preocuparme un poco, pero decido no alarmarme sin necesidad. Me doy una ducha rápida y luego de cambiarme bajo a desayunar algo.

Car estaba en la cocina terminando de tomar su té de todas las mañanas. Me ofrece algo para comer, pero le digo que quiero tomar un poco de café únicamente. No quiero llenarme el estómago, estoy algo nerviosa.

- Al - dice, mirándome con cara de preocupación, mientras termino de tomar mi café. - Hermana, no desesperes. 

Se acerca y aparta un mechón oscuro de mi cabello, llevándolo detrás de mi oreja. Me mira con compasión, como sabiendo lo que estoy pensando.

- No confío en Ana todavía - le digo de sopetón. Ella no cambia su expresión en ningún momento. 

Me aparto y me siento en una de las sillas del comedor para terminar de saborear mi café. Intento tomar lo más rápido posible. Soy poco cuidadosa, no me quiero quemar la lengua pero tampoco quiero demorarme.

- Yo tampoco confío en Ana - dice - No conoces a una persona luego de verla una vez. 

- Claro que no - respondo - Pero tengo miedo de que no sea lo que papá quiere.

Ella se sienta frente a mí y me mira directo a los ojos. Devuelve su vista a su taza de té y pregunta:

- ¿Qué dice tu intuición de ella? 

Me quedo perpleja. ¿Intuición? ¿De qué habla?

- No juzgo a un libro por su portada. 

- No, yo tampoco Alexa, me refiero a qué crees que pasará con ella - explica.

Me quedo unos segundos pensando. Creo que fueron segundos, porque podría haberse asomado la luna si no controlaba el tiempo. Jamás me había planteado semejante idea. 

Imaginar un futuro con Ana en casa no lo veía probable. No creía que esta mujer se llegara a transformar en una madre, o en su intento. Tampoco la imaginaba trayendo a su familia aquí. No se me venía a la mente la idea de conocer a la hija de Ana, ni tampoco de formar una amistad con ella. 

Tal vez veía a papá feliz. Eso seguro. Había elegido bien, pero no entraba en las posibilidades que ella viniera a vivir a casa, o nosotros ir a la suya.

- La veo como una buena mujer - respondo, luego de un rato - Siento que le hará feliz a papá.

Carola sonríe levemente. Tomo el último sorbo de café, esperando a que ella me respondiera cuál era su visión, pero no lo hace. Las manecillas del reloj continúan su trayecto sin cesar, y a cada paso, me sentía más incómoda con la idea de permanecer sentada allí.

- Ya me voy - digo levantándome de mi asiento. Dejo la taza en el fregadero y saludo a Car.

- Cuídate, Al - anuncia desde su asiento. 

Me acerco y beso su frente en gesto de agradecimiento.

Salgo inmediatamente de casa y busco mi bicicleta. 

Empiezo a pedalear por las calles de la zona residencial. La brisa cálida golpea levemente mi rostro, y debo cerrar un poco los ojos para ver mejor. Siento en los labios el sabor a verano. Mi último verano antes de comenzar la vida real. 

Paso por la casa de Mason, la cual estaba a unas cuadras de la mía. El sol me cubre la piel desnuda y escucho pájaros de domingo revolotear por los árboles. 

Una vez que llego a la plaza, no veo mucha gente. La mayoría de las personas van a la iglesia los fines de semana temprano. Suelen desayunar con sus hijos, arreglarse un poco e ir sonriendo a agradecer por una semana próspera, y a pedir por los enfermos.

Bajo de mi bicicleta y la empujo con mis manos. Primero, paseo por los juegos de niños. Sé que papá no estará aquí, porque no conoce a nadie con hijos pequeños, pero decido pasarme a ver. 

Algunos recuerdos de mi memoria reviven y se regocijan. 

También veo la parte en la que Cristal, Mason y yo nos acostábamos a ver el cielo y a charlar de nuestras vidas, como si aquello fuese lo más importante de todo. 

Doy la vuelta completa a la plaza, sin resultados. 

Ya cansada de empujar mi bicicleta, vuelvo a subirme y empiezo a pedalear a la iglesia. 

Papá debe estar ahí.

Apenas llego a la entrada, la gente comienza a salir de la edificación antigua. Las caras que llego a ver están felices, y besan a sus familiares. Ahora irán a pasear a la plaza, y luego almorzarán y se echarán a dormir. Más tarde, mirarán la televisión o leerán algún libro. Se bañarán, cenarán algo e irán a dormir, para luego empezar la semana nuevamente. 

Las rutinas de la gente son monótonas.

Rodeo el edificio con mi bicicleta y la dejo apoyada en una de las paredes laterales. Su superficie es rugosa y tiene un poco de moho. Desde aquí puedo sentir el aroma a jazmín. 

Empiezo a caminar hacia el jardín de la iglesia. Las personas han decidido colaborar económicamente con la institución para volver a plantar hermosas flores y árboles altos. También hay tumbas, pero no visito la que me corresponde desde hace meses. 

Abro la reja que me separa del jardín y entro. Vuelvo a cerrarla y observo el pequeño espacio de no más de quince metros de largo y de ancho. Sus flores son coloridas y veo los grandes arbustos que forman los jazmines alrededor de las tumbas. Hay aves y abejas, y un alma solitaria arrodillada en el suelo.

Me acerco lentamente, pero digo su nombre para que no se asuste. Me mira con lágrimas en los ojos y un ramo de orquídeas en su mano. Eran las flores favoritas de mamá, y se las trajo. 

No recordaba que papá había decidido poner una foto de ella. Sonreía como ninguna mujer había sonreído jamás. Sus arrugas apenas se notaban; sentía que la foto irradiaba vida y juventud. La situación, en cambio, desprendía tristeza y soledad.

Papá se quedó un rato más, sin emitir palabra. Cuando se sintió listo, apoyó el ramo de flores sobre mamá y la saludó. 

Juntos, nos volvimos caminando a casa. Yo empujaba la bicicleta, y él daba pasos perdidos. 

Nuestra rutina de domingo a la mañana era diferente a la del resto de las personas.

Y debía decir, que tenía envidia de ellos.

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