Capítulo 58 - Viajes

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Sora despertó en su habitación, se movió levemente y notó que estaba desnuda. Frunció el ceño confundida. Ella acostumbraba a dormir con una fina camiseta puesta o bien en ropa interior. Las únicas veces que dormía desnuda eran cuándo... El recuerdo de su encuentro con Darui vino a su mente de repente. La viajera se volteó hacia el lado de la cama dónde se había tumbado el del Rayo y descubrió que estaba vacío. Darui ya se lo había dicho: cuando amaneciera no lo encontraría allí, se verían como cada tarde y harían su acostumbrada rutina.

En palabras del del Rayo todo seguiría como siempre entre ellos. Y Sora supo que Darui, no le había mentido. Volvió a tumbarse mirando el techo y suspiró. Despertar sola después del sexo casual y sin compromiso no estaba mal, pero prefería mil veces hacerlo al lado de la persona que amaba, abrir los ojos y encontrarte a tu compañero mirándote como si fueras la cosa más maravillosa que hubiera visto jamás... Justo cómo lo había hecho Kakashi tras acostarse juntos por última vez. Un roto suspiro brotó de los labios de la viajera. Kakashi. Nada podía compararse a lo que había compartido con él. El sexo con Darui había estado sensacional, brutalmente satisfactorio e intenso, pero con Kakashi... Con Kakashi había hecho el amor y compartir eso era algo indescriptible. Pero el peliplata no la amaba y se lo había dejado claro.

Sora se volteó en la cama cambiando de postura, la noche anterior había estado a punto de acostarse con un total y completo desconocido y al no lograrlo, se había visto de nuevo al filo del abismo... Por suerte había aparecido Darui y con sus gestos había conseguido que Sora venciera a su inseguridad y consiguiera sentirse mejor con ella misma. Pero tal y como le dijo el del Rayo: Acostarse con él o con cualquier hombre no iba a hacer que olvidara a Kakashi. Éste estaba demasiado anclado en su corazón, en su mente, en su alma y eso no se podía borrar por acostarse con otro. Sora miró su reloj y comprobó que eran las siete de la mañana. No había quedado con Kurenai hasta las diez pero sabía que no podría dormir más. Se puso en pie y decidió darse una ducha y hacer algo que estaba aplazando desde hacia semanas... Sabía que le iba a doler hacerlo, pero ya no podía posponerlo más, no cuando al día siguiente partiría lejos de Konoha durante cuatro meses... Cuatro meses lejos de sus nuevos amigos y de... Kakashi. Otro roto suspiro salió de sus labios. Pensó en que quizás debía avisar al peliplata sobre su pronta marcha... Tenía que aclarar con él el tema de Buru y para que engañarse: Quería verle de nuevo, una última vez antes de partir... Porque deseaba contemplar a ese hombre que le había hecho sentir cosas increíbles, notar ese maravilloso olor que desprendía el peliplata y que lograba reconfortarla y porque Kakashi, a pesar de todo, siempre se había preocupado por ella y sería tremendamente cruel marcharse por tanto tiempo sin despedirse. Se puso en pie y se duchó, se lavó los dientes y se dirigió al cementerio de Konoha sin desayunar, ya comería algo después de hablar con su madre, tenía tantas cosas que decirle y tantas disculpas que presentarle...

Llegó al inmenso cementerio y avanzó por las diferentes lápidas talladas en piedra, su primer impulso fue mirar en dirección a las tumbas dónde Kakashi pasaba tantas horas, quizás él estuviera allí, aferrándose a ese pasado de dolor que los había roto en mil pedazos, pero el jonin no estaba, no había ni rastro de su larguirucha figura y Sora avanzó con determinación hasta la zona dónde las víctimas de la matanza Uchiha descansaban en su sueño eterno. No tardó en encontrar la tumba de su madre : Uchiha Mikoto, esposa y madre  ejemplar, rezaban las palabras cinceladas en piedra. Sora dejó salir un roto sollozo, se arrodilló  y comenzó a hablarle a su madre, le pidió disculpas por haber dudado de su amor, le rogó que la perdonara y le explicó entre lagrimas su vida en un rápido resumen que acabó con la descripción de un hombre de pelo plateado y mirada apática; que olía a jabón y a algo más, de un capullo engreído que la había hecho tocar el cielo y descender al infierno con la misma rapidez con la que engullía la comida. De Hatake Kakashi, su protector y verdugo. Su cara y su cruz. Su Norte y su desorientación. Del hombre al que pese a todo, aún amaba.

Kakashi mi protectorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora