24. Sopla el viento | Parco

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Baed


«Pero sí sé, que  estás conmigo siempre y sé, que tu poder eterno es. Sé que puedo contar con que serás fiel por la eternidad.»


Esta no era la primera vez que Baed venía a Parco.

Hace un par de horas el grupo había tenido un programa en el colegio de nivel primario de Parco. Ahora, él y Deys estaban sentados en las rocas que estaban al borde de la piscina, conversando.

-El programa estuvo bonito -le susurró Deys.

-Sí -contestó Baed mirando a lo lejos-. El trabajar con niños es muy... gratificante.

-También es bueno que Mana y Noa pudiesen venir -agregó Deys tomando el brazo a su prometido.

-Lo es. Hoy en la madrugada, justo antes de quedarme dormido me dijo que le dijo a Aicerf que la amaba.

- ¿En serio? -Deys se sorprendió.

La madre de Baed apareció por la bajada que conducía a la piscina.

-Ya vamos a almorzar -dijo-. Luego iremos a otro colegio.

Baed caminó con Deys hacia la casa en donde su madre había crecido de pequeña, de donde había escapado una vez por los maltratos que había sufrido. Al entrar Baed imaginó a su madre corriendo por ese pequeño pasillo. Crecer entre aquellas paredes que, aunque ahora estaban caídas y maltrechas, habían visto crecer a la niña que era su madre.

-La comida está muy rica -Sueffer sonrió de oreja a oreja.

-Gracias hijo -le contestó la hermana Oferlinda.

-Siempre es bueno tenerla con nosotros, hermana -añadió Noa-. Llevaba mucho tiempo sin verla.

La hermana Oferlinda, era alta, casi de la talla de Baed. Su piel era blanca. Cabello ondulado, y siempre tenía una manera amable de decir las cosas. En cada una de sus palabras llegabas a sentir amor y sinceridad, para Baed y sus amigos, era una hermana única y especial.

Cuarenta minutos más tarde, el grupo estaba parado en el patio de la secundaria de Parco. Desde las aulas, los alumnos miraban con curiosidad a los jóvenes.

-Iremos a hablar con los de quinto de secundaria -dijo la madre de Baed.

Siguieron a la hermana Elizabeth a través del patio y entraron en un salón. Las miradas se clavaron en ellos. Luego de predicarles, un alumno levantó su mano y lanzó una pregunta que dejó fríos a Baed y sus amigos:

- ¿Hay metahumanos entre ustedes?

- ¿Cómo sabes de los metahumanos? -preguntó Noa.

-Hay noticias en la Red -dijo, poniéndose en pie-. Lo pregunto porque aquí los hay. Yo soy uno.

El viento brotó de sus manos y lanzó a Baed por las ventanas que se rompieron con un estrépito. Rodó por el patio, dio un volantín y se puso en pie. Los alumnos comenzaron a salir de su salón. Tenían sujetos a Noa y los demás. Deys y Aicerf trataban de mantener protegidas a las hermanas, pero no podían hacer mucho.

- ¿Por qué haces esto? -gritó Baed hacia el joven que salía del salón.

-Si los derrotamos todos los Metahumanos de Parco obtendrán becas para Academia y ayudarán a los pobladores de toda esta área. Así que no preguntes por qué hago esto, lo que debes preguntar es ¿por qué no deberíamos hacerlo?

Un ciclón de viento brotó desde el pecho del joven. Baed lanzó un puñetazo al suelo. Se había anclado. El viento lo levantó para arrasarlo, pero no pudo. Las ventanas de todos los salones se rompieron. El ciclón se volvió más grande. El brazo que tenía clavado en el suelo comenzó a aflojarse. Baed no soportaría mucho tiempo más.

-Necesitas ayuda, pequeño atlas -escuchó en su cabeza.

- ¿Tú crees? -dijo al viento.

-Sabes lo que debes hacer -dijo la voz-. Libera todo mi poder.

-No puedo. Si lo hago destruiré este lugar.

-Pequeño atlas, este lugar será destruido de todas formas. Mira alrededor, más allá del viento que te atrapa en este momento. Este colegio se está viniendo abajo.

Baed miró más allá de lo que le ocurría y entre el viento distinguió como es que las paredes se iban viniendo abajo. Se soltó y un instante después el viento comenzó a arrastrarlo, pero... Solo bastó una palmada. La palmada de Baed produjo una presión de aire igual al del joven que lo atacaba con el ciclón, haciendo que se anularan simultáneamente. El joven dio un traspiés. Baed iba a dar otra palmada, pero el joven estaba delante de sus amigos y se detuvo. Corrió contra él.

-No será tan fácil -exclamó el chico levantando sus manos.

-Muy lento -contestó Baed, sujetándole las manos.

-No -el joven sonrió-. En realidad, está bien.

El viento rompió el suelo y mandó a Baed a volar. De repente, tornados comenzaron a girar en torno al colegio. Baed pensó que ni si quiera Faen producía tornados tan grandes como esos, entonces, se abalanzaron sobre él.

- ¡No, Baed! -gritó Deys desde una llanura, cerca de la pista por donde pasaban los buses.

El viento se detuvo de golpe. Dejó de circular y desaparecieron todas las ráfagas. Del lugar en donde había estado Baed un brillo plateado rodeaba a un hombre vestido con una armadura espartana. Llevaba una espada de doble filo en su cinto, un escudo enorme, redondo, cuyo centro era de color rojo, rodeado de un verde muy intenso. Bajó su escudo y Aicerf ahogó un grito. Bajo el casco que llevaba puesto un rostro familiar se asomaba.

- ¿Ese es...? -preguntó Mabel, llevándose las manos a la boca.

-Sí, pero... Su don... cambió -explicó Noa.

El joven que atacó a Baed estaba perplejo. Cuando recuperó la noción de lo que ocurría, extendió su brazo derecho, pero... Baed se desplazó a una velocidad increíble, en solo un segundo estaba delante del joven, desenvainó su espada tan rápido que por instante todos creyeron que había cortado a su oponente, sin embargo, la espada se había detenido a solo unos centímetros de su cuello.

«Bien hecho, pequeño atlas»

-Detente -ordenó Baed.

El joven no respondió.

-Si vuelves a hacer algo contra mis amigos, ten por seguro que mi espada no se detendrá -agregó.

Deys corrió a toda prisa hacia su prometido y lo abrazó por la espalda.

-Sé que hiciste todo esto por protegerme...

-Sabes que sí -susurró.

-Pero no hagas esto. Este no eres tú, Baed.

El joven cayó hacia atrás, con el rostro reflejando un pánico que no se iría en muchos días.
La armadura de Baed comenzó a desintegrarse y a tomar la forma de la ropa que llevaba puesta antes. Tanto la espada como el escudo desaparecieron. Por un instante, miró a su alrededor, el colegio que había querido proteger ya no existía. Los alumnos habían logrado escapar, pero miraban con terror hacia donde estaba. En su mente no dejaba de brotar una pregunta:

«¿Quién destruyó este lugar, ese chico o yo?»

Laztrasti: Academia | Libro 2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora