53. Amber

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Dixan


Al atravesar el portal Dixan y sus amigos llegaron al centro histórico de Lima. Por alguna razón habían sido transportados al barrio chino. Frente a ellos se alzaba una especie de puerta de cuatro columnas. La parte central tenía un espacio más amplio que las que se encontraban en los bordes. Todo pintado de rojo con detalles dorados orientales bordeando cada una de ellas. En la cima había un gran techo, decorado con dragones de metal, que se abría como lo haría un libro de manera invertida. Por alguna conveniente razón las personas habían desaparecido, lo cual les pareció muy raro debido a que el centro de Lima, en especial esa calle, era una de las más congregadas por los visitantes y comerciantes.

- ¿Dónde está todo mundo? -preguntó Neo.

Ninguno de sus amigos atinó a responder.

Jearel dio un par de pasos y atravesó el gran arco, entonces desapareció.

- ¡Jearel! -gritó Dixan corriendo hacia el arco.

Cuando lo atravesó sintió como su cuerpo vibraba sin control durante unos segundos. Al llegar al otro lado notó que estaban en la planicie de una montaña. Frente a él, una cueva enorme se alzaba, el mar por detrás de ella y el sol alzándose a su derecha.

-Esto es China -dijo una voz al lado de Dixan. Jearel había permanecido callada todo el tiempo. El resto de sus amigos llegó después.

- ¿Cómo lo sabes? -Dixan estaba algo confundido.

-Fuimos al barrio chino, vimos dragones en su cima. Claramente lo es -le contestó, dando a entender que era lo más obvio.

-Vamos -Jearel avanzó seguida de sus tres amigos.

Al entrar a la cueva la oscuridad se hizo total. De lo más alto, cuatro luciérnagas descendieron e iluminaron el camino.

Este estaba cubierto de jarrones rotos. Tótems de arcilla. Oro. Madera astillada y lo que parecía un polvo de color gris oscuro. Dixan no llegaba a distinguirlo bien.

-Antes de llegar a este lugar... -susurró Jearel para que solo Dixan la escuchara-, oí una profecía en mi cabeza.

- ¿Qué decía? -preguntó Neo que la había escuchado.

Jearel se estremeció un poco incómoda y dijo:

«La hija de la sabiduría anda sola. El dragón perdido trae la tormenta y llora. El tesoro escondido puede ser hallado. El dolor guardado por fin será revelado»

El fuego estallo en todas partes. Cientos de antorchas pegadas a las paredes se encendieron a la vez.

Habían andado durante mucho tiempo sin haberse dado cuenta. Las luciérnagas habían guiado sus pasos en la oscuridad, así que no tenían una idea clara de a donde se dirigían, pero ver lo que tenían delante los dejó fríos.

Una gran pila de riquezas se encontraba acumulada en todas las direcciones. Los ojos de Dixan se abrieron como platos, totalmente asombrado por ver todo aquel tesoro.

-No toquen nada -les advirtió Jearel. Justo cuando Libz iba a tocar una corona hecha de oro-. Hay un dragón. De seguro es Fucanglong.

- ¡Qué! -exclamó Dixan sin dar crédito a lo que acababa de oír.

-Shhhh -se apresuró Jearel a silenciarlo-. Tenemos que tener cuidado de no hacerlo venir a donde estamos.

-Jearel -Neo la miraba, incrédulo-, encendiste cientos de antorchas cuando dijiste la profecía y nos dices que ahora se despertará porque hagamos un poco de ruido. Si eso fuese a pasar -notó como sus amigos abrían los ojos de par en par, mirando detrás de él-, ya debería de estar aquí... -terminó diciendo mientras se giraba.

El dragón era enorme.

Tenía la espalda de color rojo, con el pecho lleno de escamas doradas, así como en diferentes partes de su cuerpo. Los ojos ámbar mirando a cada uno de los jóvenes que trataban de robar su tesoro.

Se elevó unos segundos y se abalanzó sobre ellos.

Jearel y el resto se tiraron hacia un lado, mientras que el dragón se perdía en el interior de la cueva por el túnel por el que habían entrado.

- ¿Eso es un dragón? -preguntó Libz, mientras que Dixan tiraba de ella para que pusiera de pie.

- ¡Pero esa cosa no tenía alas! -exclamó Dixan.

-Es un dragón chino -explicó Jearel-. Ellos no tienen alas. Ahora, vamos. Tenemos que seguir avanzando.

Sus amigos la miraron, extrañados. Jearel se giró, comenzó a caminar hacia las columnas de rocas que se alzaban sobre las riquezas que se perdían en la parte profunda de la caverna. Subió sobre una y avanzó.

La siguieron sin hacer ruido, hasta que de repente:

- ¿Ocurre algo, Jearel? -le preguntó Dixan, acercándose.

-No pasa nada. Solo quiero terminar con esto...

- ¿Con esto? Repitió Dixan.

El dragón apareció muy lejos. Sobre una enorme roca Su cuerpo echaba chispas. Entonces las columnas de rayos comenzaron a brotar desde abajo y la lluvia se desató.

- ¡Corran! -gritó Neo mientras lo hacía.

Los rayos se impactaron y derribaron las columnas que Jearel y sus amigos dejaron atrás. El dragón comenzó a avanzar hacia ellos como lo haría una serpiente con cuatro patas.

Entonces, llegaron a la entrada de otra cueva.

El dragón se elevó.

Aparentemente el hecho de no tener alas no le impedía volar. Su boca comenzó a llenarse de rayos. Neo le lanzó unas explosiones de fuego para retrasarlo, pero pasó de ellas como si nada. Libz y Dixan lanzaron ataques de igual forma, pero no lo afectaron. Jearel desató una tormenta. El dragón se detuvo de golpe, mirándola detenidamente. Comenzó a girar como lo haría un perro persiguiendo su cola.

- ¿Qué hace? -Dixan estaba confundido- No entiendo.

-No... no lo sé -Jearel se sentía igual de confundida.

-Primero intenta matarnos y ahora no -Libz estaba indignada, como si el hecho de que ya no intentaran freírla con rayos la molestase.

-Si es así, continuemos -propuso Neo.

Se giraron y vieron a Jearel entrando a la cueva. Avanzaron tras de ella, pero... se toparon con una pared invisible. Neo la golpeó lo más fuerte que pudo, sin embargo, no se rompió.

- ¡Jearel! -comenzaron a gritar los tres, pero no les prestó atención.

Frente a ella un pedestal de madera contenía un brazalete de dragón. Las luciérnagas estaban sobre la parte superior de la cueva e iluminaban todo.

Dixan miraba el interior de la cueva desde donde estaba, se sentía tan impotente... de nuevo, no podía ayudar a sus amigos. Entonces, vio levantar ambas manos a Jearel, mientras que las luciérnagas comenzaban a girar a su alrededor, tomó la reliquia y un brillo intenso lo encegueció momentáneamente.

Jearel estaba parada frente a ellos y antes de que cualquiera dijera algo, toda la caverna comenzó a temblar. El suelo bajo sus pies se resquebrajo, y justo antes de que cayeran en la negra oscuridad, Dixan oyó a su amiga decir:

-Hemos llegado al final. Lo siento.

-Jearel... -susurró Dixan desde la nada.

Laztrasti: Academia | Libro 2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora