39. Te amo más que a mi misma vida

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Katya

«Si pudiera contar tus bondades, los números se acabarían, los libros no abastecerían»


Desde hace dos meses había comenzado a asistir a DALEC. Esa era su manera de recordar a Gerart. Él había crecido en ese lugar, en esa Iglesia que le había resultado tan extraña en un inicio, pero que ahora se le antojaba cálida. Y ahora... corría con el resto de sus amigos hacia el Seminario, un lugar al que nunca antes había ido, pero donde Gerart había jugado -y ganado- el campeonato de fútbol del año pasado.

Todo había pasado tan rápido.

Katya había visto como Noa y sus primos luchaban contra un sujeto que era capaz de crear campos de fuerza, y cuando Baed y el resto estaban a punto de interferir, este recibió un mensaje de texto donde le contaban lo que estaba pasando en el Seminario.

Llegaron a las puertas que estaban abiertas de par en par. Adentro un grupo de pastores llevaban sacos de arena hasta donde siempre habían estado las paredes del fondo que hacían imposible ver el río que se escondía a sus espaldas.

Las chicas comenzaron a picar la tierra, mientras que los chicos se encargaban de llenarlas en sacos y llevarla hacia donde estaban los demás hermanos.

- ¿Cómo fue que pasó esto? -preguntó Baed a su madre que había llegado mucho antes que él.

Su madre no lo miró, solo observaba como la mitad de la pared del fondo se había venido abajo, como el lugar en el que día a día venía a enseñar a los futuros nuevos pastores ya no estaba.

-Fue por las lluvias -dijo sombríamente-. Por lo general que llueva en las Sierras del País significarían buenas noticias, pero... no esta vez. Las lluvias han producido huaicos en Chosica, Canta y Matucana. Creí que no pasaría nada aquí... Estas lluvias están produciendo una sequía y escases de recursos en la Sierra, y estas mismas lluvias traídas por el río se filtraron en las bases de las columnas...

-E hicieron que estas se vinieran abajo -terminó de decir Baed mientras que abrazaba a su mamá.

-El agua... -continuó hecha un mar de lágrimas- se filtró hasta la cancha de fútbol... si no hubiéramos estado unos cuántos hermanos...

Katya miró hacia su derecha. Recién allí cayó en la cuenta de que la cancha de fútbol estaba totalmente cubierta por una capa de agua.

Un par de horas más tarde dejaron de trabajar.

Lograron controlar el agua que se había estado filtrando y solo en ese momento pudieron descansar.

- ¿Vamos a ver? -le preguntó Aicerf.

-Está bien.

Se levantaron de la vereda que había en la cocina y caminaron hacia donde estaba el gran agujero. A unos cuantos metros vieron como el río se había filtrado provocando que la Capilla y paredes se vinieran abajo.

Anduvieron hacia los dormitorios del fondo, el agua no había llegado hasta ahí. Aicerf le contaba historias de cuando Gerart y los demás eran niños, de la vez en que él se rompió el brazo en ellos columpios que estaban a solo unos metros lejos de ellas, de como a pesar de tener el brazo enyesado se había metido a la piscina a bañarse.

Un ligero temblor alertó a Katya, parecía que Aicerf no se había dado cuenta porque siguió andando. Katya la tomó del brazo y tiró de ella, hacia atrás. Un pedazo enorme de la pared cayó desde lo alto, aplastando un arbusto.

-Gracias -dijo Aicerf con un sudor recorriendo su frente.

-No te preocupes -contestó Katya, mientras que toda la pared caía sobre ellas.

Laztrasti: Academia | Libro 2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora