57. Tardes de Otoño

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Jearel Feat. Noa


Si se tuviese que escribir más sobre las cosas que vivieron juntos aquellas siete personas -sin incluir a Wolf-, las páginas de esta historia estarían solo llenas de lágrimas y risas. Lo mejor que podemos hacer es quedarnos con aquello que atesoraremos por el resto de nuestras vidas.

Cada vez que he escrito sobre alguno de ustedes lo hice con el afán de poder hacerles recordar estos días. Sé que de alguna forma también fueron muy felices, y que, aunque las cosas no acabaron de la mejor manera, siempre tendrán un espacio en mi corazón.

Seguir escribiendo sobre ustedes y cuanto es que los amo por haberme dado la bienvenida en el único lugar en el que me sentí en familia, sería solo divagar, porque no hay palabras que logren expresarlo, es inefable.




«¿Qué está pasando?» se preguntó Jearel mirando como los rayos giraban en torno a ella y el resto de sus amigos. Sabía que algo estaba ocurriendo, pero no tenía idea de qué exactamente. Hasta hace un rato todo había estado normal. Los siete habían estado sentados en el césped, conversando, mientras que Neo grababa todo lo que decían con su teléfono. Todo estaba muy bien hasta que un sujeto se les acercó gritando algo que ella no entendía, pero que por alguna extraña razón a Noa pareció impactarle.

- ¡El Velocista me envía! -exclamó finalmente, llamando la atención de ella y el resto de sus amigos- ¿Huyes? -preguntó de repente. Jearel no entendía a quién le hablaba. Dio un vistazo rápido a su alrededor y cayó en la cuenta de que Noa no estaba.

Un rayo azul tomó al sujeto y se le llevó muy lejos de ellos. Jearel esforzó la vista y le pareció distinguir a alguien... el sujeto y esa persona parecían enfrascados en una fuerte discusión. Entonces, rayos de color vino comenzaron a rodear su cuerpo, salió disparado como una bala. De pronto, Jearel lo tenía delante con una sonrisa enferma en el rostro. Los rayos azules lo jalaron justo antes de que algo terrible ocurriera, y fue cuando comenzaron a girar en torno a ella y sus amigos.

- ¡NO SE MUEVAN! -gritó Neo detrás de Jearel.

- ¡NO NOS QUEDA DE OTRA! -añadió Guelto.

- ¡YA CÁLLENSE Y DEJEN DE DECIR COSAS OBVIAS, IDIOTAS! -les ordenó Libz.

Guardaron silencio y el tornado eléctrico creció.

El suelo comenzó a fragmentarse. Delant dio un par de pasos a su izquierda.

- ¡NO TE MUEVAS! -le gritaron desde el tornado. Jearel sintió que era una voz familiar.

Los rayos comenzaron a brotar desde el tornado, impactándose contra el suelo, destruyéndolo y levantando polvo en grandes cantidades.

- ¡PERCANEZCAMOS JUNTOS! -gritó Dixan, jalando a Delant con el resto. Se unieron en un abrazo grupal dándole la espalda al tornado que iba en aumento. Por alguna extraña razón los rayos solo lograban rosarlos, ninguno se impactaba contra ellos, entonces, todo se detuvo.

Jearel levantó la vista, no notó nada raro.

- ¡Ahí! -gritó Guelto sin notarlo.

Todos dirigieron la vista hacia donde Guelto señalaba y de pie, estaba alguien a quien conocían muy bien. Noa estaba dándoles la espalda, respirando agitadamente, con ligeras chispas azules saltando a su alrededor. Se giró y vio a cada uno de sus amigos.

-Hola -dijo con una sonrisa-. Lamento...

- ¡No te disculpes! -exclamó Guelto- Lo sabemos. Lo... sabemos...

-Yo... -comenzó a decir Noa y luego se calló. No hubo necesidad de decir nada más. Sus amigos se acercaron a él sonriéndole y lo abrazaron.




Una última palabra a cada uno de ustedes:

Gracias.


Laztrasti: Academia | Libro 2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora