27- Desbocadas.

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Las manos cálidas de Natalia enmarcaron el rostro de Alba, y en cuanto sus labios se rozaron, el peso del anhelo cerró sus párpados sumergiéndolas en la humedad y sensibilidad de sus bocas. Cada roce era una caricia sensual y devastadora para ambas, cada saludo de sus lenguas una incitación constante a navegar a más profundidad. Alba gimió de deseo en su boca. Ella estaba a punto de perder el conocimiento sintiéndose incapaz de despegar sus labios y sus manos de ella. Sin saber cómo, la espalda de Alba se estrelló contra el cristal del recibidor haciendo caer el paragüero que había al lado. El sobresalto las hizo detenerse jadeando. Ambas miraron los paraguas en el suelo mientras luchaban por respirar, luego se miraron a los ojos.

- ¿Te has hecho daño? –le preguntó enronquecida, aun mareada por lo turbulento de aquel deseo que sentía en cada partícula de su piel-.

- No, ¿y tú? –a Alba le costaba respirar, y maldijo en silencio aquella distracción tan inoportuna cuando sitió el frío de la separación de las caderas de la morena que habían estado contra las suyas-.

- Estoy bien –musitó soltándola lentamente como si el mero hecho de distanciarse de ella le arrancara las entrañas-.

Se agachó a recoger el estropicio aún mareada por lo que acababa de suceder. "

- Anda, vamos –le dijo Alba tendiéndole la mano-.

Nat la miró sorprendida, pero la obedeció.

- ¿A dónde vamos? –le preguntó cogiéndosela e incorporándose-.

- A arriba –le indicó Alba con un gesto de cabeza mientras ya la arrastraba hacia las escaleras-.  Quiero enseñarte mi estudio. Anda ven... me portaré bien, lo prometo –jugó un poco con ella Alba, y tras ver la respuesta de su cara, sonrió y le dio un beso en la mejilla-. Vamos, quiero que lo veas.

Subieron hasta el primer piso, y luego unos cuantos peldaños más hasta una especie de buhardilla con grandes ventanales. Alba le soltó la mano y fue a ajustar la luz que entraba por ellas, Nat barrió la estancia con la mirada admirando cada rincón. Los libros de bellas artes, los cuadernos de dibujo de distintos tamaños, lienzos en blanco, tela de lienzo por fabricar, pinceles, acuarelas, óleos, carboncillos sobre un estante de materiales...  podía imaginarse las manos de Alba trabajando con ellos, y aquel pensamiento le puso la piel de gallina. De pronto sus pasos se detuvieron en una especie de almacén sin puertas donde parecía que guardaba sus creaciones.

- ¿Puedo? –le preguntó girándose hacia ella. Alba la estaba contemplando sentada desde un taburete junto a su mesa de trabajo-.

- Adelante –la invitó a curiosear jugando con un lápiz entre sus dedos, pues que vieran sus trabajos siempre la ponía algo nerviosa, pero que la morena pudiera opinar sobre ellos la hacía sentirse bastante pequeña-.

Había tanto que ver en aquel almacén que empezaron a picarle las manos inquietas, sin embargo un inconfundible sonido llamó su atención y se volvió hacia el lugar de donde provenía. De pronto Alba tenía un bloc en el regazo y en la mano un lápiz de punta blanda rasgaba una de sus hojas, estaba dibujándola.  Se quedó paralizada, ahora ya no le picaban las manos, le temblaban. La rubia clavó sus ojos en aquellos de color negro que la miraron con sorpresa y con una mezcla entre la timidez y el miedo, le encantaban aquellos ojos y sonrió para iluminarlos. La respuesta en sus mejillas fue inmediata, y el corazón de Alba se aceleró apresurándose a captar aquel detalle, de pronto el lápiz no bastaba. Se le secó la garganta y paró de dibujar.

- ¡Eres realmente preciosa! –susurró con un nudo que atenazaba su voz-

Aquella simple frase, y de quien venía y cómo la había pronunciado, bastó para que a Natalia no sólo se le incendiara la cara sino que se le aflojaran también las rodillas. Sintió miedo, ella no solía reaccionar así, normalmente su aspecto era un mero instrumento que atraía a las mujeres y que le proporcionaba placer,  había aprendido a utilizarlo muy bien para volverlas locas y los piropos normalmente resbalaban sobre ella sin tan siquiera llegar a halagarla, eran sólo otro más de sus juegos. Pero con Alba todo era diferente e inesperado, cada palabra la alcanzaba como si fueran dardos que penetraban sangrantes en su piel, y toda ella reaccionaba sintiéndose vulnerable, insegura, adulada y sofocada, haciendo que olvidara por completo sus artes de seducción, convirtiéndose de nuevo en aquella adolescente capaz de temblar por cada mirada, por cada palabra. Eso era justo lo que conseguía, la miraba de un modo del que no podía escapar, la envolvía en su calor y la hacía sentirse verdaderamente desnuda, temblorosa y anhelante, hasta tal punto que no podía reaccionar. Se quedó quieta.

That was then... // AlbaliaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora