H2O

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Cada día al llegar cansado del trabajo él se iba a tomar su anhelada ducha caliente. Era su única manera de sobrevivir a todo lo demás. Se quedaba exactamente 60 minutos duchándose. Sentía como el agua le masajeaba, le cantaba canciones al oído, le hacía sentir vivo. Se rendía al vapor que cubría todo, hasta que sus dedos se quedaban arrugados. No había mejor terapia, regalo, droga, remedio.

Cuando su cuerpo por fin lograba abandonarla, él se sentía preparado para jugar con sus hijos, conversar con su esposa, vivir. Había una conexión eterna y armoniosa entre él y el preciado H2O, algo que ni el precio del gas, ni la cuenta de agua podrían romper.

Pero llegó el día en que el agua ya era tan escasa, que se implementó una ley en su ciudad que prohibía usar más que pocos litros diarios. Para ducharse, él solo tenía un balde a su disposición. Era su peor pesadilla. Después de eso, en su casa solo se escuchaban discusiones y peleas. Sus ojos azules se pintaron de negro y hasta el cielo celeste se puso gris en lamento.

Por su ventana él miraba contínuamente aquel helado e inalcanzable océano. ¿De qué servía estar rodeado de olas mientras no las podía tocar? ¿Cómo podría sobrevivir así?

Un lunes por la noche su esposa encontró una nota que decía: “Perdón, vuelvo a mi hogar.” Y nunca más nadie lo volvió a ver. El mar, desde entonces, llora de pena, lágrimas cubiertas de sal.

*Este cuento fue inspirado en la poesía de AlexAlvaradoC"La ducha me raptó", con la cual yo, amante eterna del agua, estoy completamente identificada.

Un viaje a través de mis MicrocuentosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora