La última estrofa

138 28 14
                                    

Antonio le había escrito un poema, pero nunca le dijo que era para ella. Fue escondiendo versos disimuladamente en sus bolsillos o en medio de los libros que ella leía.

No tenían la misma edad ni iban al mismo curso, pero su pasión por la lectura los unía en la biblioteca. Aquel lugar era su palacio. Se sentaban lejos, leyendo separados, abrazados a su soledad, pero se miraban a ratos.

Cuando ella recibió el primer verso, quiso que fuera de él. Quiso creer que era para ella. Lo leyó muchas veces, ya lo sabía de memoria. Los puntos suspensivos al final del papel le decían que no era un final, por lo tanto, ella esperaba encontrarse con la última estrofa, donde sea que estuviera. No había algo más triste que un poema sin final.

El lunes ella estaba muy mal y entonces encontró una nota de su mamá en su libro, decía que no se metiera más en la vida de su padre, si él era borracho era cosa de él, él tenía derecho a serlo.

—¿Tenía derecho? —pensó Samanta, recordando los golpes que le daba y los gritos que tenía que soportar.

Enojada, agarró aquel papel y lo rompió en mil pedazos.

Antonio la miraba fijamente, la última estrofa de su bello poema la había escondido en otra página del mismo libro.

Ella devolvió el libro para la bibliotecaria y esperó por meses los últimos versos de Antonio. Versos que ella tanto necesitaba y que nunca llegaron. Nunca llegarían.

 Nunca llegarían

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
Un viaje a través de mis MicrocuentosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora