Silla de jardín

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—Estaba sentada en una silla de jardín cuando lo vi caminando hacia mí, y no me asustó verlo, ¡hacía años que lo estaba esperando! Mi corazón latía fuerte, pero no era temor, simplemente era esa ansiedad que disfrutas, que deseas sentir. Cuando me preguntó sobre las sillas antes de saludarme, me sorprendí. Pudiera haber preguntado sobre la sonrisa que yo llevaba puesta —que había tejido para aquel momento—, pero solo preguntó por las blancas sillas de jardín. Nunca me va bien las preguntas inesperadas, y seguido de eso solo pasaron cosas inesperadas. No me abrazó fuerte como yo había imaginado, no calmó mi alma ni me habló de cosas conocidas y comunes. Me sentí perdida y no supe qué hacer con todo lo que pensaba. Entonces él se fue, y en lugar de no querer volver a verlo, quise correr tras él y obligarlo a decirme cosas lindas, incluso agradecerle por haber mencionado aquellas sillas vacías, que siempre me recordaban lo sola que me sentía allí.

—¿Por qué masculinizas la inspiración? Siempre le han dicho "musa", y tú me hablas de un hombre.

—Bueno, eso no es importante. Me dijiste que te contara cuando me viniera a ver, y te conté. Mi pregunta es ¿qué hago para que vuelva?

—¡Escribe! Y no esperes que "él" siempre te diga lo que quieres escuchar. La inspiración llega y hay que aceptarla tal como es. Al final terminarás viéndola por el lado lindo, con esos ojos de corazones que siempre caracteriza tus escritos.

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Un viaje a través de mis MicrocuentosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora