No, no me acuerdo de haber cometido ningún crimen, pero de un día al otro me dieron una orden de aislamiento y cerraron mis puertas.
Al principio no me parecía algo extraordinario. Tenía un patio grande y sentía que tenía libertad.
Pero las semanas pasaron y cumplí un mes allí. Empecé a sentir que perdía un tiempo valioso que jamás sería recuperado.
Podrías pensar que lo normal en esta circunstancia sería empezar a usarlo mejor. Pero no, lo que pasó después de un mes fue exactamente lo contrario. Quise dormir lo máximo posible. No saber qué día de la semana era me daba exactamente igual.
No quería ser obligada a pensar. No quería detenerme a averiguar entre mis neuronas qué cosas se perdían afuera. El cambio era tan drástico que más valía olvidarlo. No me quedaban fuerzas para ponerme a comprenderlo.
El frío llegó junto a todo esto y fue el ingrediente extra para hacerme dormir.
Cuando me dieron la libertad tan esperada ya no me quedaba nada. No tengo los ojos de antes que querían conocer todo el continente. Tampoco la boca que hablaba por horas con los demás. Las voces de todos me hacen doler los oídos y qué decir de mis músculos... esos fueron los primeros a extinguirse.
Tener libertad ya no significaría estar libre. Nunca más volví a estarlo. La prisión domiciliaria fue una pena de muerte adornada. Ambas cosas eran exactamente iguales... Entonces no lo sabía... pero ahora sí lo sé.
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Un viaje a través de mis Microcuentos
Ficción General¿Te cuento un cuento? Entra para viajar por estas páginas donde en tan solo un minuto podrás sentir y vivir lo que tu imaginación o pensamientos te quieran pintar. Porque aquí lo único que haré será escribir, ¡todo lo demás te toca a ti! Microcuen...