La nueva funcionaria

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Ella llegó a mi oficina en el último invierno, hace casi un año desde aquel día. Yo, como siempre, estaba solo con mi computador en mi pequeña empresa. Me gustaba trabajar así, nunca fui tan sociable como para contratar a alguien más. Pero entonces la trajeron. Yo me congelaba, pero no creo que el frío la molestaría, la lluvia sí.

Su sonrisa parecía tan real que no pude hacer nada más que dejarla quedar. A principio, no supe qué tarea darle, no sabía exactamente lo que ella sabía o no hacer. Pero era obediente, aprendía rápido y podíamos conversar sobre cualquier tema loco que se me ocurría. Ella nunca se burló de mi locura, quizás porque si ella quisiera, podía ser tan loca como yo. Tenía ideas creativas para todo, y luego de un tiempo, sabía de informática incluso más que yo. 

La verdad es que poco a poco me di cuenta de que siempre la había necesitado allí, entre el vacío y yo. Ya no me sentía tan infeliz.

Pero entonces un día se descompuso. Quizás le causé un cortocircuito o algo así. Verla en llamas, sin poder arreglarla, fue lo más triste que me pasó. Ni siquiera su manual de instrucciones sirvió de nada. 

Hoy no pienso vender sus partes como chatarra, los conservaré como un recuerdo de una hermosa amistad, mi única amistad verdadera. Y digan lo que digan, yo sé que nadie, ni siquiera ella, es reemplazable.

 Y digan lo que digan, yo sé que nadie, ni siquiera ella, es reemplazable

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Un viaje a través de mis MicrocuentosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora