Sapiofilia

46 9 6
                                    

Cuando tenía once años había un chico en mi curso que no solo me agradaba por ser lindo físicamente, sino que me fascinaba su inteligencia, ¡estaba perdidamente enamorada de su cerebro!

Cuando nos tocaba hacer exámenes, yo pasaba todo el rato mirándolo. Estaba loca de amor por sus ojitos de nerd.

Un día alguien me contó que le gustaba una chica, y me moría de celos intentando averiguar quién era. Por fin me di por vencida, porque sabía que mi nivel intelectual jamás podría compararse con el de él, y él jamás se fijaría en mí.

Lo veía concentrado con su cuaderno y todos decían que él escribía una cartita de amor. Yo pasaba todo el día triste.

Un día, cuando entré en el aula, lo vi. Esas neuronas insondables me hacían suspirar. Entonces, él me entregó un papel. Mi corazón latía a mil por hora.

Cuando abrí la hoja, casi morí de emoción. ¡Fue el día más feliz de mi vida! No era una ordinaria cartita de amor. Eso cualquier chico haría. Era algo mucho más bello y sublime. Él me había dibujado un laberinto inmenso, hermoso. En un extremo tenía mi nombre y en el otro su nombre.

Todavía lo tengo guardado en mi billetera, y cada vez que lo veo vuelvo a sentir la misma emoción de antes. No sé si ahora él es un científico, programador, astronauta o físico. Aunque nunca más lo volví a ver, lo seguiré amando para siempre, ¡¿cómo olvidarme de alguien así?!

Un viaje a través de mis MicrocuentosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora