La sentencia

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El acusado empezó a sentirse incómodo, incluso culpable, frente a esa jueza de ojos castaños que parecían mirar mucho más allá de su alma.

—¿De verdad seré culpable? —se preguntaba aquel hombre que siempre había defendido su inocencia.

La jueza no tenía dudas de su culpabilidad, y era el momento de darle la sentencia.

Inexperta en esta nueva carrera, era la primera vez que a ella le tocaba pronunciar esas palabras, y se sentía mal, porque él no parecía ser cruel, al contrario, era la persona más amable que ella jamás conoció.

Cuando él vio que a la jueza le costaba pronunciar la sentencia, cuando vio sus ojos llorosos y logró mirar a través de sus pupilas, entonces se paró, y para la sorpresa de ella, caminó hacia donde ella se encontraba, se arrodilló con un peso muy grande en su conciencia. ¡Por fin comprendió todo! Muy conmovido dijo:

—Ahora veo que soy culpable. Tenías razón. He cometido el peor crimen que existe. No lo hice a propósito, pero hoy pude verlo en tus ojos. Solo hoy me di cuenta que te robé el corazón.

Ella en llanto, se acordó del momento en que lo conoció, una sola frase bastó para que él le raptara su alma.

—Sé que mi corazón no vale lo mismo que el tuyo. Pero te lo regalo. Quiero que lo tengas tú. —dijo él con la esperanza de salvarla.

Ella lo abrazó fuerte y desde entonces se esfuerza por adaptarse a sus nuevos latidos cardíacos.

Ella lo abrazó fuerte y desde entonces se esfuerza por adaptarse a sus nuevos latidos cardíacos

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