Sopa

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Todos los fines de semana Clementina iba al mismo restaurante, hasta que se cerró y ella tuvo que buscar otro.

Encontró un lugar, y disgustada, se sentó a la mesa esperando el mozo. Cuando este llegó, ni siquiera la miró a la cara, le preguntó indiferente qué ella deseaba comer y respondió con un rotundo "No hay", cuando ella pidió sopa de zapallo.

—Bueno, entonces puede ser sopa de cebolla —dijo esperanzada.

—¡¡No hay!! —contestó molesto el joven mozo, con la cabeza metida aún en su bloc de notas.

—Tráigame cualquier sopa entonces, por favor —le ordenó Clementina.

—No tenemos ninguna sopa, ni caldos ni cremas. La única comida que hay es la que está en el menú —exclamó el mozo bastante nervioso.

—No me trates de esa manera jovencito. ¡¡Exijo hablar con el dueño de este local ahora!! —protestó ella, intentando hablar más fuerte de lo que podía.

Entonces, el gerente, también molesto con la situación, llegó junto a Clementina, preparado para hacer un discurso sobre lo importante que era abrir un poco la mente y probar variedades de comida. "¿Acaso aquella mujer no creía que las comidas servidas allí eran suficientemente buenas?", pensaba mientras caminaba.

Y fue justo en este momento que la pobre viuda, que andaba ya por sus más de ochenta años, abrió su boca para crear una gigantesca sonrisa... sin un solo diente, claro, dejando enrojecidos de vergüenza tanto el mozo como el gerente.

Desde este día, las sopas fueron irremediablemente añadidas al menú.

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Un viaje a través de mis MicrocuentosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora