Enamoramiento silencioso

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De lunes a viernes me iba sola a una plaza cerca de casa. Ese mes cumplía cuatro años desde que perdí la visión.

Un día lo sentí acercándose. Tenía la voz más bella que jamás escuché. Se despidió de su madre, y se sentó muy cerca mío. Su olor era aún mejor que su voz, y odié la vida por no poder mirarlo al menos una vez.

¿Qué pensaría él de mí? ¿Me estaría mirando ahora mismo? No tenía idea, por eso me callé. Él ni siquiera me saludó. ¿Tendría una novia? ¿Me encontraría fea? Me paré y me fui. Era insoportable aquella situación.

Pero no podía dejar de pensar en como su voz hacía latir tan fuerte mi corazón. Al día siguiente volví al mismo sitio y él volvió a sentarse cerca mío. Eso se repitió por un mes.

Me sentía fea y rechazada por un lado, pero muy confundida por otro, porque no lograba entender la razón de su insistencia en volver. Me sentía estúpida por quererlo cerca.

Un día prometí que esa sería la última vez allí. Entonces él no fue. Su madre sí. Ella se sentó a mi lado y me dijo muy molesta:

—¿Lo ignoras solo porque él es ciego? ¿No te das cuenta de cómo está enamorado? Hace días llora por ti. ¿Por qué sigues viniendo?

Agarré mi bastón y me fui.

Hoy la plaza extraña vernos. Nosotros solo extrañamos sentirnos. Y duele. Y me sigo preguntando si debo o no regresar allí.

 Y me sigo preguntando si debo o no regresar allí

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