Entre líneas

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Kiara abrió el libro en la hora exacta, pero era muy tarde, ella siempre llegaba tarde. Joshua terminó de leer el primer poema y no podía dormir; aquellos versos decían tanto, ojalá tuviera alguien para hablar del tema.

Siempre caminaban por el mismo laberinto de paredes de papel. Nunca se veían, nunca conversaban. Kiara veía las marcas que Joshua dejaba al caminar, veía el reflejo de su mirada que aún estaba por el aire iluminando los versos que, ahora, ella usaba como puente, como refugio, como casa.

A veces Joshua dejaba más que huellas, dejaba pedazos de él. Ella los tomaba, los usaba como tinta para escribir senderos paralelos.

Un día, por casualidad, se encontraron en el mismo lugar y en la misma hora. Era el poema "Salut au monde" de Walt Whitman: "...eslabones unidos sin fin, cada uno enganchando al siguiente..." Mientras ella leía "uno", él leía "siguiente". Veían el mundo girando, sentían las distancias, viajaban casi de la mano. Y tan grande era la coincidencia, que ella le quiso gritar, quiso decir que la esperara, que le dolía menos si caminaban juntos.

Pero Joshua le cerró el libro en su cara, apagó la luz, y se quedó dormido. En su pared un calendario esculpía los números 1989. Dos calles más arriba, Kiara, hundida en su soledad, sacaba un lápiz y escribía en la contraportada de su libro: "fecha en que terminé de leer 24/04/2089".

 Dos calles más arriba, Kiara, hundida en su soledad, sacaba un lápiz y escribía en la contraportada de su libro: "fecha en que terminé de leer 24/04/2089"

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