Isla desierta

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Cuando yo era pequeña, tenía un atlas geográfico, a veces pasaba toda la tarde mirándolo. ¡Me encantaba el planeta Tierra! Buscaba islas deshabitadas, y soñaba con viajar allí.

Tenía pocos amigos, y me dolía, pero ahora sé que duele más la amistad. Sé lo que se siente que te abandonen.

Por eso decidí hacer este viaje. Junté el dinero suficiente, compré un pasaje de ida a Australia, agarré un barco hacia las islas Salomón, y me trasladé a Tetepare: ¡mi nuevo hogar!

No necesitaba de otros humanos para sobrevivir. Las personas solo nos roban oxígeno, cortan el corazón, enredan nuestras neuronas. ¿Para qué iba a querer algo así?

Mi isla era verde y azul. No existía el gris que antes me habían tatuado en el pecho, todo era calma y todo era paz. Pescaba mi alimento, dormía en una hamaca colgada de un árbol, incluso podría decir que era feliz.

¡Pero un día dormí y desperté en Marte! Estaba allá arriba, y ahora en mi cielo, podía ver la Tierra. Entonces, para mi sorpresa, no pensé en mi isla, no pensé en mi silencio, no pensé en mi tranquilidad ni nada por el estilo. ¡Solo extrañaba a las personas! Me dolía la ausencia de sus voces, risas, y, más que nada, extrañaba sus miradas tan vivas. 

Ahora lejos, veía todo desde otra perspectiva.

—Pena que ya es demasiado tarde — pensé en silencio.

Pero después, cerré el Atlas y corrí para abrazar a mi mamá como nunca lo había hecho antes.

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Un viaje a través de mis MicrocuentosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora