estaba agotado por el largo, larguísimo viaje. Y ni siquiera el hecho de haber sido el
primero lo animaba.
-Hola -oyó decir de pronto a una vocecita gorjeante-, ¿no es nuestro amigo Vúschvusul?
¡Qué bien que haya llegado usted por fin!
El silfo nocturno miró a su alrededor y sus ojos de luna se encendieron porque, en una
balaustrada, apoyado negligentemente contra un tiesto de flores, estaba Úckuck, el
diminutense, agitando su rojo sombrero de copa.
-¡Huyhuy! -dijo el silfo nocturno desconcertado y, alcabo de un rato, repitió otra vez-:
¡Huyhuy! -Simplemente no se le ocurría nada más inteligente.
-Los otros dos -explicó el diminutense- no han llegado aún. Yo estoy aquí desde ayer
por la mañana.
-¿Cómo... ¡huyhuy!... es posible? -preguntó el silfo nocturno.
-Bueno -dijo el diminutense, sonriendo con un poco de condescendencia-, ya se lo dije:
tengo un caracol de carreras.
El silfo nocturno se rascó con su manecita rosa la negra maraña de piel de la cabeza.
-Tengo que ver enseguida a la Emperatriz Infantil -dijo lloriqueando.
El diminutense lo miró pensativo.
-Mmm -dijo-, bueno, yo solicité audiencia ya ayer.
-¿Audiencia? -preguntó el silfo nocturno-. ¿No se la puede ver enseguida?
-Me temo que no -gorjeó el diminutense-, hay que esperar mucho. Hay... cómo diría...
una enorme afluencia de mensajeros.
-Huyhuy -gimió el silfo nocturno-, ¿por qué?
-Lo mejor -trinó el diminutense- es que lo vea usted por sí mismo. Venga, amigo
Vúschvusul, ¡venga!
Los dos se pusieron en camino.
La calle principal, que ascendía por la Torre de Marfil en una espiral cada vez más
estrecha, estaba llena de una densa multitud de extraños personajes. Gigantescos yinnis,
ataviados con turbantes, diminutos duendes, trolls de tres cabezas, enanos barbudos,
hadas luminosas, faunos de pies de cabra, mujercitas salvajes con piel de vellón dorado,
resplandecientes espíritus de las nieves y otros seres innumerables subían y bajaban por
la calle, formaban grupos hablando en voz baja, o se acurrucaban mudos en el suelo,
mirando ante sí melancólicamente.
Cuando Vúschvusul los vio se quedó inmóvil.
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