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Corrió y, pocos segundos más tarde, se la pudo ver entre las tiendas, sobre un caballo
sin silla que partía al galope.
-¡Vaya, por fin! -refunfuñó Caíron. Y perdió el conocimiento.
Cuando volvió en sí, no supo al principio donde estaba, porque a su alrededor reinaba la
oscuridad. Sólo poco a poco se dio cuenta de que se encontraba en una tienda espaciosa,
echado sobre una manta de piel. Parecía ser de noche y, por una grieta de la cortina que
hacía de puerta, penetraba el resplandor de las llamas de una hoguera.
-¡Por los clavos de una herradura! -murmuró mientras trataba de incorporarse-. ¿Cuánto
tiempo llevo aquí?
Una cabeza echó una ojeada por la cortina de la puerta„ se retiró y alguien dijo:
-Sí, parece que se ha despertado.
Entonces la cortina fue corrida a un lado y entró un muchacho de unos diez años.
Llevaba pantalones largos y zapatos de cuero blando de búfalo. Tenía el torso desnudo y
sólo le colgaba de los hombros un manto purpúreo, al parecer de pelo de búfalo, que le
llegaba hasta el suelo. Su pelo, largo y de color negro azulado, lo llevaba atado en la
nuca con tiras de cuero, formando una trenza. En la piel verde aceitunada de su frente y
sus mejillas había pintados, en color blanco, algunos adornos sencillos. Sus ojos oscuros
centelleaban coléricos mirando al intruso, pero por lo demás no se apreciaba en sus
facciones emoción alguna.
-¿Qué quieres de mí, extranjero? -preguntó-. ¿Por qué has venido a mi tienda? ¿Y por
qué me has privado de mi caza? Si hubiera matado hoy al gran búfalo -y mi flecha
estaba ya en la cuerda cuando me llamaron- mañana sería un cazador. Ahora tendré que
esperar un año entero. ¿Por qué?
El viejo centauro lo miró desconcertado.
-¿Eso quiere decir -preguntó por fin- que eres Atreyu?
-Sí, extranjero.
-¿No hay algún otro, un hombre adulto, un cazador experimentado, con ese nombre?
-No, Atreyu soy yo y nadie más.
El viejo Caíron se dejó caer en el lecho y jadeó:
-¡Un niño! ¡Un muchacho! Realmente, las decisiones de la Emperatriz Infantil son
difíciles de comprender.
Atreyu callaba, esperando inmóvil.
-Perdóname, Atreyu -dijo Caíron, que sólo con dificultad podía dominar su agitación-,
no tenía la intención de ofenderte, pero sencillamente ha sido una sorpresa demasiado

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