Había terminado; tiró de la cadena y se disponía a salir, cuando de pronto oyó pasos en
el pasillo. Las puertas de las aulas se abrían y cerraban una tras otra, y los pasos se iban
acercando cada vez más.
El corazón de Bastián latía con tanta fuerza que parecía querer salírsele del pecho.
¿Dónde podía esconderse? Se quedó como paralizado donde estaba.
La puerta del retrete se abrió, pero por fortuna de forma que Bastián quedó tapado por
ella. Entró el portero del colegio. Miró, uno tras otro, en los distintos retretes. Cuando
llegó a aquel en que el agua corría todavía y se columpiaba la cadena, se quedó un
momento desconcertado. Refunfuñó algo entre dientes pero, cuando vio que el agua
dejaba de correr, se encogió de hombros y salió. Sus pasos se perdieron en la escalera.
Bastián no se había atrevido a respirar durante todo el tiempo y ahora lo hizo
profundamente. Cuando quiso salir se dio cuenta de que las rodillas le temblaban.
Con precaución y tan deprisa como pudo, se deslizó por el pasillo de puertas pintadas de
verde espinaca, subió la escalera y volvió al desván. Sólo cuando la puerta estuvo otra
vez cerrada y atrancada se relajó.
Con un profundo suspiro, se dejó caer otra vez en su lecho de colchonetas, se envolvió
en las mantas militares y cogió el libro.Cuando Atreyu despertó de nuevo, se sintió totalmente descansado y fuerte. Se
incorporó.
Era de noche, la luna brillaba luminosa y vio que se encontraba en el mismo lugar en
que se había desplomado junto al dragón blanco. También Fújur seguía allí, pero
respiraba de una forma tranquila y profunda y parecía totalmente dormido. Todas sus
heridas habían sido vendadas.
Atreyu observó que también su propio hombro había sido curado del mismo modo, no
con vendas sino con hierbas y fibras vegetales.
A unos pasos sólo había en la roca una pequeña gruta, por cuya entrada salía un
resplandor amortiguado.
Sin mover el brazo izquierdo, Atreyu se puso en pie con cuidado y se dirigió a la baja
entrada de la cueva. Se inclinó y vio en el interior una estancia que parecía la cocina de
un alquimista en miniatura. En segundo plano chisporroteaba en la chimenea una alegre
hoguera. Por todas partes había crisoles, cacharros y botellas de formas extrañas. En una
estantería había almacenados manojos de plantas secas de distintas especies. La mesita
del centro y los demás muebles parecían hechos de raíces. En conjunto, la vivienda
producía una impresión agradable.
Sólo al oír una tosecilla se dio cuenta Atreyu de que, en una butaca, delante de la
chimenea, había un tipejo pequeñito. Llevaba en la cabeza una especie de gorro de
madera de raíz, que parecía la cazoleta invertida de una pipa. Su rostro era del mismo
color pardo oscuro y tan arrugado como el que Atreyu había visto inclinado sobre él la
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