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Entonces -dijo el viejo centauro- es mejor que te vayas sin despedirte. Yo me quedaré y
se lo explicaré todo.
El rostro de Atreyu se volvió aún más tenso y duro.
-¿Por dónde he de empezar?
-Por todas panes y por ninguna -respondió Caíron-. A partir de ahora estás solo y nadie
puede aconsejarte. Y así será hasta el fin de la Gran Búsqueda... acabe como acabe.
Atreyu asintió.
-¡Adiós Caíron!
-¡Adiós Atreyu! ¡Y... mucha suerte!
El muchacho se volvió e iba a salir ya de la tienda cuando el centauro lo llamó otra vez.
Mientras estaban frente a frente el viejo le puso ambas manos sobre los hombros, lo
miró con una sonrisa respetuosa en los ojos y dijo despacio:
-Creo que empiezo a comprender por qué te eligió la Emperatriz Infantil, Atreyu.
El muchacho bajó un poco la cabeza y luego salió con rapidez.
Fuera, delante de la tienda, estaba Ártax, su caballo. Era moteado y pequeño como un
caballo salvaje, tenía las patas fuertes y cortas y, sin embargo, era el corcel más rápido y
resistente a la redonda. Todavía llevaba silla y bridas, tal como lo había traído Atreyu de
la caza.
-Ártax -le susurró dándole palmadas-, tenemos que marcharnos. Tenemos que irnos
lejos, muy lejos, y nadie sabe si volveremos.
El caballito movió la cabeza y resopló suavemente.
-Está bien, señor -respondió-. ¿Y qué pasará con tu caza?
-Vamos a una caza mucho más importante -contestó Atreyu subiendo a la silla.
-¡Un momento, señor! -resopló el caballito-. Te has olvidado las armas. ¿Vas a salir sin
arco y sin flechas?
-Sí, Artax -respondió Atreyu-, porque llevo el Esplendor y debo ir sin armas.
-¡Ah! -exclamó el caballito-. ¿Y a dónde vamos?
-A donde tú quieras, Ártax -contestó Atreyu-. A partir de ahora estamos en la Gran
Búsqueda.

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