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primera vez que se despertó. Sin embargo, tenía sobre la nariz unas gafas grandes y sus
rasgos eran más duros y preocupados. El tipejo leía en un gran libro que tenía sobre las
rodillas.
Entonces apareció bamboleándose, procedente de otra habitación que había más atrás,
una segunda figurita en la que Atreyu reconoció enseguida al ser que antes se le había
aparecido. Únicamente entonces vio que se trataba de una mujercita. Además del gorro
de hojas, llevaba -lo mismo que el hombrecillo del sillón situado junto a la chimenea-
una especie de hábito de monje, que parecía hecho también de hojas marchitas.
Tarareando contenta para sí, se frotó las manos y se ocupó luego de un caldero que
colgaba sobre el hogar. Aquellos dos personajes eran apenas más altos que una pierna
de Atreyu, medida de la planta del pie a la rodilla. Era evidente que los dos eran
miembros de la muy ramificada familia de los gnomos, aunque de una clase poco
frecuente.
-Mujer -rezongó el hombrecillo-, ¡quítate de la luz! No me dejas estudiar.
-¡Tú y tus estudios! -respondió la mujercita-. ¿A quién le interesan? Lo que importa
ahora es que se cueza mi elixir mágico. Esos dos de ahí afuera lo necesitan.
-Esos dos de ahí afuera -repuso el hombrecillo irritado- necesitarán mucho más de mi
ayuda y mis consejos.
-Por mí... -replicó la mujercita-, pero sólo cuando estén bien. ¡Déjame sitio, viejo!
El hombre, refunfuñando, se apartó un poco del fuego.
Atreyu carraspeó para llamar la atención. La pareja de gnomos se volvió para mirarlo.
-Ya está bien -dijo el hombrecillo-. ¡Ahora me toca a mí!
-¡Nada de eso! -lo regañó la mujercita-. Si está bien o no lo decido yo. Te tocará a ti
cuando yo diga que te toca.
Luego se volvió hacia Atreyu.
-Nos gustaría invitarte a entrar. Sin embargo, es un poco estrecho para ti. ¡Un segundo!
Enseguida estoy contigo.
Trituró algo en un pequeño mortero y lo echó al caldero. Después se lavó las manos y se
las secó en el hábito, diciéndole al hombrecillo:
-Tú te quedas aquí, Énguivuck, hasta que yo te llame, ¿entendido?
-¡Está bien, Urgl! -refunfuñó el hombrecillo.
La mujercita gnomo salió de la gruta al aire libre. Miró atentamente a Atreyu desde
abajo, contrayendo los ojos.
-¿Qué tal? Parece que ya estamos bien, ¿no?

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