Al norte, no -respondió el rostro de nubes negras.
-¿Y tú, Baureo?
-Tampoco al este -contestó el rostro de nubes grises.
-¡Habla tú, Schirk!
-Al sur no hay fronteras -dijo el rostro de nubes amarillas como el azufre.
-Mayestril, ¿lo sabes tú?
-No hay fronteras al oeste -replicó el rostro de nubes rojas como el fuego.
. Y entonces dijeron todos a una:
-¿Quién eres tú, que llevas el signo de la Emperatriz Infantil y no sabes que Fantasia no
tiene fronteras?
Atreyu calló. Se sentía como si hubiera recibido un golpe en la cabeza. En eso no había
pensado realmente: en que no hubiera ninguna clase de fronteras. Todo había sido inútil.
Apenas se dio cuenta de que los gigantes de los vientos reanudaban su lucha. Le daba lo
mismo lo que ocurriera ahora. Se aferró a la melena del dragón cuando éste,
súbitamente, se vio lanzado hacia arriba por un torbellino. Envueltos entre relámpagos,
giraron a toda velocidad y luego se ahogaron casi en estruendosos aguaceros
horizontales. De pronto se vieron arrastrados por un soplo abrasador, en el que casi
ardieron, y ya estaban entrando en un granizo que no estaba hecho de granos sino de
agujas de hielo, largas como lanzas, que caían hacia el abismo. Y otra vez se vieron
absorbidos hacia arriba y arrojados de un lado a otro. Los vientos luchaban entre sí,
disputándose la supremacía.
-¡Agárrate bien! -gritó Fújur cuando una ráfaga de viento lo tumbó de espaldas.
Pero era ya demasiado tarde. Atreyu había perdido su asidero y se precipitaba en el
vacío. Cayó y cayó, y luego no supo nada más.
Cuando recobró el sentido, estaba sobre la blanda arena. Oyó el ruido de las olas y, al
levantar la cabeza, vio que había sido arrojado a una playa. Era un día gris y brumoso,
pero sin viento. La mar estaba en calma y nada indicaba que, hacía poco, se hubiera
desencadenado allí un combate entre los gigantes de los vientos. ¿O había ocurrido
quizá en otro lugar lejano y muy distinto? La playa era plana; por ninguna parte se veían
rocas ni elevaciones y sólo algunos árboles torcidos y retorcidos se alzaban en el polvo
como grandes garras.
Atreyu se incorporó. A unos pasos vio su manto rojo de pelo de búfalo. Se arrastró hasta
él y se lo echó por los hombros. Con asombro pudo comprobar que el manto estaba
apenas húmedo. Así pues, llevaba mucho tiempo allí.
