La primera se llama la Puerta del Gran Enigma. La segunda la Puerta del Espejo
Mágico. Y la tercera la Puerta sin llave...
-Es extraño -le interrumpió Atreyu-. Por lo que pude ver, detrás de la puerta de piedra
no había más que una llanura desnuda. ¿Dónde están las otras puertas?
-¡Calma! -dijo Énguivuck imperiosamente-. Si me interrumpes siempre no podré
explicarte nada. ¡Todo es muy difícil! Lo que pasa es que la segunda puerta aparece sola
mente cuando se ha atravesado la primera. Y la tercera sólo cuando se ha dejado atrás la
segunda. Y Uyulala únicamente cuando se ha entrado por la tercera. Antes no hay nada
de todo eso. Sencillamente, no están allí, ¿comprendes?
Atreyu movió afirmativamente la cabeza, pero prefirió callarse para no irritar más al
gnomo.
-La primera, la Puerta del Gran Enigma, es la que has visto con mi catalejo. Con las dos
esfinges. Esa puerta está siempre abierta... como es lógico. No tiene batientes. Sin
embargo, nadie puede pasar por ella, salvo si... -Énguivuck levantó en el aire un
minúsculo dedo índice-, salvo si las esfinges cierran los ojos. La mirada de una esfinge
es algo totalmente distinto de la mirada de cualquier otro ser. Nosotros y todos los
demás seres percibimos algo con la mirada. Vemos el mundo. Pero una esfinge no ve
nada; en cierto sentido, es ciega. En cambio, sus ojos transmiten algo. ¿Y qué
transmiten sus ojos? Todos los enigmas del mundo. Por eso las dos esfinges se miran
mutuamente. Porque la mirada de una esfinge sólo puede soportarla otra esfinge. ¡Y
puedes figurarte lo que le ocurre a quien se atreve a interferir el intercambio de miradas
entre las dos! Se queda petrificado en el sitio y no puede moverse hasta haber resuelto
todos los enigmas del mundo. Bueno, encontrarás los restos de esos pobres diablos
cuando llegues.
-¿Pero no dijiste -objetó Atreyu- que a veces cierran los ojos? ¿No duermen las esfinges
de vez en cuando?
-¿Dormir? -Énguivuck se estremeció de risa-. Válgame el cielo, dormir una esfinge.'
No, claro que no. No tienes ni idea. Sin embargo, tu pregunta no es totalmente
disparatada. Hasta coincide con la dirección en que se orientan mis investigaciones.
Ante algunos visitantes, las esfinges cierran los ojos y los dejan pasar. La cuestión que
hasta ahora nadie ha podido aclarar es: ¿por qué precisamente a unos sí y a otros no? No
se trata, en modo alguno, de que dejen entrar a los sabios, los valientes y los buenos, y
cierren el paso a los tontos, los cobardes y los malos. ¡Ni soñarlo! He visto con mis
propios ojos, y más de una vez, cómo han dejado entrar precisamente a algún estúpido
mentecato o un infame bribón, mientras las personas más decentes y sensatas esperaban
a menudo inútilmente durante meses y tenían que volverse por último con las manos
vacías. Tampoco el que alguien quiera ver al Oráculo por estar en un aprieto o sólo para
distraerse parece desempeñar ningún papel.
-¿Y tus investigaciones -preguntó Atreyu- no te han dado ningún indicio?
A Énguivuck se le puso otra vez la mirada centelleante de cólera.
