Por eso siguió subiendo y bajando montañas, dándose cuenta a veces de que, desde
hacía mucho rato, caminaba como un sonámbulo mientras su mente vagaba por otros
lugares y regresaba sólo de mala gana.
Bastián se estremeció. El reloj de la torre dio la una. Por hoy, las clases habían
terminado.
Escuchó el ruido y los gritos de los niños que, abajo, salían de las aulas y corrían por los
pasillos. Se oyó en las escaleras el estrépito de muchos pies. Luego, durante un rato,
subieron aún desde la calle gritos diversos. Y finalmente el silencio se extendió por todo
el colegio.
Aquel silencio cubrió el ánimo de Bastián como un manto pesado y sofocante que
amenazaba asfixiarlo. Desde ahora estaría solito en el gran colegio... Todo el día, la
noche siguiente..., quién sabe cuánto tiempo. A partir de ahora, la cosa iba en serio.
Los otros se iban a casa para comer. También Bastián tenía hambre y sentía frío, a pesar
de las mantas militares que se había echado por los hombros. De pronto perdió del todo
el valor, y todo su plan le pareció completamente disparatado y absurdo. Quería irse a
casa, ahora, ¡enseguida! Todavía era tiempo. Su padre no podía haber notado nada aún.
Bastián no necesitaba decirle siquiera que se había fumado el colegio. Naturalmente,
alguna vez lo sabría, pero hasta entonces pasaría tiempo. ¿El asunto del libro robado?
Sí, también tendría que confesarlo alguna vez. Su padre lo encajaría en fin de cuentas lo
mismo que había encajado todas las decepciones que Bastián le había causado. No había
razón para tenerle miedo. Probablemente, iría a ver al señor Koreander sin decir nada y
lo arreglaría todo.
Bastián cogía ya el libro de color cobre para meterlo en la cartera, pero se detuvo.
-No -dijo de pronto en voz alta, en el silencio del desván-. Atreyu no renunciaría tan
rápidamente, sólo porque las cosas fueran un poco difíciles. Lo que he empezado tengo
que acabarlo. He ido ya demasiado lejos para volverme atrás. Sólo puedo seguir
adelante, pase lo que pase.
Se sintió muy solo y, sin embargo, en ese sentimiento había también algo así como
orgullo: orgullo de haber sido fuerte y no haber renunciado a su intento.
¡Después de todo, se parecía un poquitín a Atreyu!Había llegado el momento en que Atreyu no podía realmente seguir adelante. Ante él se
abría el Abismo Profundo.
El espanto grandioso de aquella vista no puede describirse con palabras. A través de la
región de las Montañas Muertas, la tierra se abría en una brecha que tendría quizá media
milla de anchura. Su profundidad no podía determinarse.
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