¿Cómo había llegado? ¿Y por qué no se había ahogado? Le vino algún recuerdo oscuro
de unos brazos que lo llevaban y de unas voces extrañas que cantaban: «¡Pobre chico,
guapo chico! ¡Sostenedlo! ¡No dejéis que se hunda! «
Quizá había sido sólo el murmullo de las olas.
¿O eran sirenas y genios acuáticos? Probablemente habrían visto el Pentáculo y, por
eso, le habían salvado. Involuntariamente se llevó la mano al amuleto... ¡Y no estaba
allí! La cadena que llevaba al cuello había desaparecido. Había perdido el medallón.
-¡Fújur! -gritó Atreyu tan alto como pudo. Se puso en pie de un salto, corrió de un lado
a otro y llamó por todas partes: -¡Fújur! ¡Fújur! ¿Dónde estás?
No hubo respuesta. Sólo el murmullo regular y lento de las olas que bañaban la arena.
¡Quién sabe a dónde habrían empujado los gigantes de los vientos al dragón blanco!
Quizá Fújur estaba buscando a su pequeño señor en algún lugar totalmente distinto,
muy lejos de allí. Quizá no vivía ya.
Atreyu no era ya un jinete de dragón ni un enviado de la Emperatriz Infantil... Era sólo
un niño. Y muy solo.El reloj de la torre dio las seis.
Fuera estaba ya oscuro. La lluvia había cesado. Reinaba un silencio total. Bastián
contempló fijamente las llamas de las velas.
Entonces se sobresaltó, porque el entarimado había crujido.
Le pareció que oía respirar a alguien. Contuvo el aliento y escuchó. Salvo el pequeño
círculo luminoso que arrojaban las velas, el enorme desván estaba ahora envuelto en
tinieblas.
¿No se oían unos pasos suaves en la escalera? ¿No se había movido lentamente el
picaporte de la puerta del desván? El entarimado crujió de nuevo.
¿Y si hubiera fantasmas en aquel desván... ?
-¡Qué va! -dijo Bastián a media voz-. No hay fantasmas. Todo el mundo lo dice.
Pero entonces, ¿por qué había tantas historias de fantasmas?
Quizá los que decían que no había fantasmas sólo tenían miedo de reconocerlo.Atreyu se envolvió bien en su manto rojo, porque tenía frío, y se puso a andar tierra
adentro. El paisaje, por lo que podía ver a pesar de la niebla, apenas variaba. Era llano y
uniforme, aunque, poco a poco, entre los retorcidos árboles se veían cada vez más
