Su estómago se hacía oír. Bastián no pudo aguantar más. Cogió lo que le quedaba del
bocadillo y la manzana de su cartera y se los comió. Luego se sintió mejor, aunque
distaba mucho de estar lleno.
Entonces comprendió que aquélla había sido su última comida. Esas palabras lo
asustaron. Intentó no pensar más en ello.¡De dónde sacas tantas cosas ricas? -le preguntó Atreyu a Urgl.
-Ay, hijito -dijo ella-, hay que ir muy lejos, lejísimos, para encontrar las hierbas y las
plantas adecuadas. Pero él, ese cabezota de Énguivuck, quiere vivir precisamente aquí...
¡a causa de sus importantes estudios! De dónde pueda venir la comida no le preocupa.
-Mujer -respondió dignamente Énguivuck-, ¡qué sabes tú lo que es importante y lo que
no lo es! ¡Vete y déjanos hablar!
Urgl se metió lloriqueando en la pequeña cueva, donde se puso a armar mucho ruido
con toda clase de cacharros.
-¡Déjala! -cuchicheó Énguivuck-. Es una buenaza, pero a veces tiene que desahogarse.
¡Escucha, Atreyu! Ahora te explicaré algo que debes saber sobre el Oráculo del Sur. No
es tan fácil llegar hasta Uyulala. Incluso resulta bastante difícil. Sin embargo, no quiero
darte una conferencia científica. Quizá sea mejor que me hagas preguntas tú. Yo tengo
tendencia a perderme en los detalles. De manera que ¡pregunta!
-Está bien -dijo Atreyu-: ¿quién o qué es Uyulala?
-¡Maldita sea! -rezongó Énguivuck fulminándolo indignado con la mirada-. Haces
preguntas tan directas como las de mi vieja. ¿No puedes empezar por otra cosa?
Atreyu reflexionó y preguntó luego:
-Esa gran puerta de piedra que me has enseñado con las esfinges... ¿Es la entrada?
-¡Eso está mejor! -respondió Énguivuck-. Así haremos progresos. La puerta de piedra es
la entrada, pero después hay otras dos puertas y sólo detrás de la tercera vive Uyulala...
Si es que puede decirse de ella que vive.
-¿Tú has estado alguna vez con ella?
-¡Pero qué te imaginas! -contestó Énguivuck, un poco contrariado otra vez-. Yo trabajo
científicamente. He reunido los informes de todos los que estuvieron dentro. Siempre
que han vuelto, claro. ¡Es un trabajo importantísimo! No puedo permitirme correr
riesgos personales. Eso podría afectar a mi obra.
-Comprendo -dijo Atreyu-, ¿y qué pasa con las tres puertas?
Énguivuck se puso en pie, cruzó los brazos a la espalda y empezó a andar de un lado a
otro, mientras explicaba:
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