9- prologo 5/10

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-¡Gordo! ¡Gordote! ¡Sentado en un bote! Si el bote se hunde, el Gordo se funde. ¡Bueno
está que abunde!
-No es muy ingenioso -opinó el señor Koreander-. ¿Y qué más?
Bastián titubeó antes de hacer una enumeración.
-Chiflado, bólido, cuentista, bolero...
-¿Chiflado? ¿Por qué?
-Porque a veces hablo solo.
-¿De qué, por ejemplo?
-Me imagino historias, invento nombres y palabras que no existen, y cosas así.
-¿Y te lo cuentas a ti mismo? ¿Por qué?
-Bueno, porque no le interesa a nadie.
El señor Koreander se quedó un rato en silencio, pensativo.
-¿Qué dicen a eso tus padres?
Bastián no respondió enseguida. Sólo al cabo de un rato musitó:
-Mi padre no dice nada. Nunca dice nada. Le da todo igual.
-¿Y tu madre?
-No tengo.
-¿Están separados tus padres?
-No -dijo Bastián-. Mi madre está muerta.
En aquel momento sonó el teléfono. El señor Koreander se levantó con cierto esfuerzo
de su sillón y entró arrastrando los pies en una pequeña habitación que había en la parte
de atrás de la tienda. Descolgó el teléfono y Bastián oyó confusamente cómo el señor
Koreander pronunciaba su nombre. Luego la puerta del despacho se cerró y sólo pudo
oír un murmullo apagado.
Bastián se puso en pie sin saber muy bien lo que le había pasado ni por qué había
contado y confesado todo aquello. Le molestaba que le hicieran preguntas. De repente
se dio cuenta con horror de que iba a llegar tarde al colegio; era verdad, tenía que darse
prisa, correr... pero se quedó donde estaba, sin poder decidirse. Algo lo detenía, no sabía
qué.

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