Atreyu asintió.
La mujercita trepó a un saliente rocoso que quedaba a la misma altura que el rostro de
Atreyu y se sentó.
-¿No te duele ya? -quiso saber.
-Apenas -respondió Atreyu.
-¿En qué quedamos? -lo apremió la mujercita con ojillos centelleantes-. ¿Te duele o no
te duele?
-Todavía me duele -explicó Atreyu-, pero no me importa...
-¡Pero a mí sí! -resopló Urgl-. ¡Muy bonito, eso de que el paciente le diga al médico lo
que importa y lo que no importa! ¿Qué sabes tú de eso, pipiolo? Tiene que doler para
curarse. Si no te doliera, tendrías el brazo muerto.
-¡Perdón! -dijo Atreyu, que se sentía como un niño regañado-. Sólo quería decir...
Bueno, quería darle las gracias.
-¡Bah! -le tapó la boca la malhumorada Urgl-.Después de todo, soy curandera. Sólo he
cumplido con mi deber. Y Énguivuck, mi viejo, vio el Pentáculo que llevas colgado del
cuello. Para nosotros no había duda.
-¿Y Fújur? -preguntó Atreyu-. ¿Cómo está?
-¿Quién es ése?
-El dragón blanco de la suerte.
-¡Ah! Todavía no lo sé. Recibió un poco más de veneno que tú. De todas formas,
también aguanta un poco más que tú. Realmente, debería salir del paso. Estoy casi
segura de que se pondrá bien otra vez. Sólo necesita un poco de descanso. ¿Dónde
habéis recibido todo ese veneno, eh? ¿Y cómo habéis llegado aquí tan repentinamente?
¿Y qué buscáis aquí? ¿Y quiénes sois?
Énguivuck había salido a la entrada de la gruta y oyó las respuestas que dio Atreyu a las
preguntas de la vieja Urgl. Luego se adelantó unos pasos y dijo:
-¡Calla, mujer, ahora me toca a mí!
Se volvió a Atreyu, se quitó el gorro de forma de cazoleta de pipa, se rascó la calva
cabecita y dijo:
-No se lo tomes a mal, Atreyu. La vieja Urgl es a menudo un poco bruta, pero no lo
hace con mala intención. Me llamo Énguivuck. También nos llaman los Dos Colonos.
¿Has oído hablar de nosotros?