Cuando el ruido de los cascos del caballo de Atreyu se
apagó, Caíron, el centauro negro, se dejó caer de nuevo
en su lecho de pieles. El esfuerzo lo había agotado. Las
mujeres que, al día siguiente, lo encontraron en la tienda
de Atreyu temieron por su vida. Incluso cuando, unos
días más tarde, regresaron los cazadores, apenas estaba
mejor, pero de todas formas pudo explicarles por qué se
había marchado Atreyu y por qué tardaría en volver. Y
como todos querían al muchacho, a partir de entonces se
quedaron serios y pensaban en él preocupados. Al
mismo tiempo, sin embargo, se sentían orgullosos de
que la Emperatriz Infantil le hubiese encomendado
precisamente a él la Gran Búsqueda aunque nadie
pudiera entenderlo del todo.
Por lo demás, el viejo Caíron jamás volvió a la Torre de
Marfil. Pero tampoco murió ni se quedó con los pieles
verdes en el Mar de Hierba. Su destino debía llevarlo por otros caminos totalmente
insospechados. Sin embargo, ésa es otra historia y debe ser contada en otra ocasión.
Aquella misma noche, Atreyu cabalgó hasta el pie de los Montes de Plata. Era ya de
madrugada cuando hizo una pausa. Ártax pastó un poco y bebió agua con avidez de un
claro arroyo de montaña. Atreyu se envolvió en su manto rojo y durmió unas horas. No
obstante, cuando el sol salió estaban otra vez en camino.
El primer día atravesaron los Montes de Plata. Conocían cada senda y cada sendero y
avanzaron rápidamente. Cuando tuvo hambre, el muchacho se comió un pedazo de
carne de búfalo seca y dos pequeñas tortas de semillas que había guardado en un
bolsillo de su silla de montar en realidad para la caza.
¡Bueno! -se dijo Bastián-. De vez en cuando hay que comer.
Sacó el bocadillo de la cartera, lo desenvolvió, lo partió en dos, envolvió otra vez uno
de los pedazos y lo guardó. El otro pedazo se lo comió.
El recreo había terminado y Bastián pensó en lo que debían de estar haciendo ahora en
clase. ¡Ah, sí!, Geografía con la señora Karge. Había que recitar ríos y afluentes,
ciudades y cifras de población, recursos naturales e industrias. Bastián se encogió de
hombros y siguió leyendo.
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