¿Es que no me escuchas? Ya te he dicho que, hasta hoy, nadie ha aclarado la cuestión.
Naturalmente, he elaborado algunas teorías con el paso de los años. Al principio pensé
que el aspecto decisivo por el que se guiaban las esfinges eran determinadas
características físicas: estatura, belleza, fuerza o algo así. Sin embargo, pronto tuve que
desechar esa idea. Luego intenté determinar alguna relación numérica; por ejemplo, si
de cada cinco tres se quedaban siempre fuera o si sólo entraban los números primos.
Resultaba bastante exacto en lo que al pasado se refería, pero en las predicciones
fracasó totalmente. Ahora pienso que la decisión de las esfinges es totalmente casual y
no tiene lógica alguna. Pero mi mujer opina que eso sería una tesis calumniosa y
antifantásica y no tendría nada que ver con la ciencia.
-¿Otra vez con esas tonterías? -se oyó regañar a la mujercita desde la caverna-. ¡Qué
vergüenza! Sólo porque tu cerebrín se te ha secado dentro de la cabeza crees que puedes
rechazar los grandes misterios, ¡viejo zoquete!
-¡Ya la oyes! -dijo suspirando Énguivuck-. Y lo peor es que tiene razón.
-¿Y el amuleto de la Emperatriz Infantil? -preguntó Atreyu-. ¿No crees que las esfinges
lo respetarán? Al fin y al cabo, son también criaturas de Fantasía.
-Desde luego -opinó Énguivuck rascándose su cabecita del tamaño de una manzana-,
pero para eso tendrían que verlo. Y no ven. Sin embargo, su mirada te alcanzará a ti.
Tampoco estoy seguro de que las esfinges obedezcan a la Emperatriz Infantil. Quizá
sean más importantes que ella. No sé, no sé. En cualquier caso, es dudoso.
-Entonces, ¿qué me aconsejas? -quiso saber Atreyu.
-Debes hacer lo que tengas que hacer -respondió el gnomo-. Esperar a que ellas
decidan... sin saber por qué.
Atreyu asintió pensativo.
La pequeña Urgl salió de la cueva. Arrastraba un cubito con un líquido humeante y
llevaba, bajo el otro brazo, un manojo de plantas secas. Mascullando para sí se dirigió
hacia el dragón de la suerte, que seguía durmiendo inmóvil. Comenzó a trepar por él
para cambiarle las compresas de las heridas. El gigantesco paciente sólo suspiró una vez
satisfecho y se estiró, pero por lo demás no pareció haber notado la cura.
-Sería mejor que hicieras también algo útil -le dijo Urgl a Énguivuck al volver a la
cocina-, en lugar de estar ahí diciendo bobadas.
-¡Estoy haciendo algo muy útil! -le gritó su marido-. Seguramente mucho más útil que
tú, pero eso no puedes comprenderlo, ¡so boba!
Y, volviéndose a Atreyu, continuó:
-Sólo sabe pensar en cosas prácticas. Para los grandes conceptos no está dotada.El reloj de la torre dio las tres.
