bien o mal, las deliberaciones que afectaban al porvenir
de toda Fantasía se celebraban normalmente en el gran
salón del trono de la Torre de Marfil, que se encontraba,
en el interior del verdadero recinto del palacio, sólo unas
plantas más abajo que el Pabellón del Magnolia.
Ahora, el salón amplio y redondo estaba lleno de una
confusión de voces apagadas. Los cuatrocientos noventa
y nueve mejores médicos del reino de Fantasía estaban
allí reunidos, susurrando o cuchicheando entre sí, en
grupos pequeños o grandes. Cada uno de ellos había
visitado a la Emperatriz Infantil -unos hacía tiempo,
otros recientemente- y cada uno había intentado ayudarla
con su ciencia. Pero ninguno lo había logrado, ninguno
conocía su enfermedad ni las causas, ninguno sabía
cómo curarla. Y el número quinientos, el más famoso de
todos los médicos de Fantasía, de quien se decía que no
había hierba medicinal, hechizo ni secreto de la Naturaleza que no conociera, llevaba ya
horas con la enferma, y todos esperaban con impaciencia el resultado de su visita.
Ahora bien, una reunión así no debe imaginarse, naturalmente, como un congreso de
médicos humanos. Desde luego, en Fantasia había muchos seres que, en su aspecto
exterior, eran más o menos parecidos a los hombres, pero había por lo menos otros
tantos que parecían animales o criaturas de especies totalmente distintas. Si variada era
la multitud de mensajeros que bullía fuera, igualmente diversa era la concurrencia del
salón. Había médicos enanos con barba blanca y joroba, médicas hadas, con túnicas
relucientes de un azul plateado y estrellas centelleantes en el cabello; había genios
acuáticos de vientres abultados y membranas natatorias en pies y manos (para ellos se
habían instalado expresamente baños de asiento), pero había también serpientes blancas,
enroscadas en la gran mesa del centro del salón, elfos abeja y hasta brujas, vampiros y
espectros que, en general, no eran considerados especialmente bienhechores y
salutíferos.
Para comprender la presencia de estos últimos es absolutamente necesario saber una
cosa: La Emperatriz Infantil era -como indica su título- la soberana de todos los
incontables países del reino sin fronteras de Fantasía, pero en realidad era mucho más
que una soberana o, mejor dicho, era algo muy distinto.
No gobernaba, nunca había utilizado la fuerza ni hecho uso de su poder, no mandaba
nada ni daba órdenes a nadie, nunca atacaba ni tenía que defenderse de ningún atacante,
porque a nadie se le hubiera ocurrido levantarse contra ella ni hacerle daño. Para ella,
todos eran iguales.