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¿Qué os ha pasado? -preguntó Atreyu.
-La aniquilación se extiende -se quejó el primero-, aumenta cada día más... si es que se
puede decir que la nada aumenta. Todos los demás huyeron a tiempo del Bosque de
Haule, pero nosotros no quisimos dejar nuestro hogar. Y entonces nos sorprendió
durante el sueño e hizo con nosotros lo que ves.
-¿Duele mucho? -preguntó Atreyu.
-No -respondió el segundo troll de la corteza, el del agujero en el pecho-, no se siente
nada. Sólo te falta algo y cada día te falta algo más, una vez que has sido atacado.
Pronto no existiremos ya.
-¿En qué lugar del bosque comenzó todo? -quiso saber Atreyu.
-¿Quieres verlo? -El tercer troll, que era sólo medio troll, miró interrogativamente a sus
compañeros de infortunio. Cuando éstos asintieron continuó:-Te llevaremos hasta donde
puedas verlo, pero tienes que prometer que no te acercarás más. De otra forma, la Nada
te atraería de un modo irresistible.
-Está bien -dijo Atreyu-, os lo prometo.
Los tres se volvieron y se dirigieron al lindero del bosque. Atreyu cogió a Artax de las
riendas y los siguió. Durante un rato se abrieron paso entre los gigantescos árboles y
luego se detuvieron ante un tronco particularmente grueso. Ni cinco hombres adultos
hubieran podido abarcarlo con sus brazos.
-Trepa tan alto como puedas -dijo el troll sin piernas- y mira hacia oriente. Entonces lo
verás... o, mejor dicho, no lo verás.
Atreyu subió, agarrándose a los nudos y protuberancias del tronco. Llegó a las ramas
más bajas. Se izó hasta las siguientes y se elevó cada vez más, hasta que dejó de ver el
suelo. Siguió trepando, el tronco se hizo más delgado y las ramas más numerosas, de
forma que le resultó más fácil avanzar. Cuando finalmente estuvo sentado en lo más alto
de la copa, miró hacia oriente y lo vio:
Las copas de los otros árboles que estaban muy cerca eran verdes, pero el follaje de los
árboles que había detrás parecía haber perdido ese color, porque era gris. Y, un poco
más lejos, se hacía extrañamente transparente, nebuloso o, mejor dicho, cada vez más
irreal. Y detrás no había nada, absolutamente nada. No era un lugar pelado, una zona
oscura, ni tampoco una clara; era algo insoportable para los ojos y que producía la
sensación de haberse quedado uno ciego. Porque no hay ojos que aguanten el
contemplar una nada total. Atreyu se tapó la cara con la mano y estuvo a punto de
caerse de la rama. Se sujetó con fuerza y descendió tan deprisa como pudo. Ya había
visto bastante. Sólo entonces comprendió todo el horror que se extendía por Fantasia.
Cuando llegó otra vez al pie del gigantesco árbol, los tres trolls de la corteza habían
desaparecido. Atreyu saltó sobre su caballito y, a galope tendido, tomó la dirección
opuesta a aquella en que la Nada avanzaba lenta pero inconteniblemente. Sólo cuando
era ya oscuro y hacía tiempo que el Bosque de Haule había quedado atrás hizo alto.

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